Los Juegos Olímpicos de Tokio han dejado diferentes lecturas, pero sin duda una de las que más ha llamado la atención es el problema emocional sufrido por Simone Biles. La gimnasta norteamericana de 24 años, predestinada a ser la reina de los Juegos, tuvo que renunciar a participar en tres finales individuales (salto, barras asimétricas y suelo) y a la final por equipos, paralizada por un problema de ansiedad. La propia Simone dijo: «Desde que entro al tapiz, estoy yo sola tratando con demonios en mi cabeza».

El suelo es su hábitat, es el elemento donde más cómoda se siente. Tanta es su habilidad, que podría colgarse el oro rebajando la dificultad de sus ejercicios gracias a su destreza y capacidad acrobática. Y con todo, tuvo que abandonar. Y es que la gimnasia artística es diferente a todos lo demás deportes, pues un pequeño fallo de concentración puede acarrear fracturas por una decena de sitios.

Otra particularidad de esta disciplina deportiva es que las gimnastas alcanzan la categoría sénior con solo 16 años, en plena formación aún como personas, con lo que muchas veces tienen que asumir responsabilidades de adulto en plena adolescencia.

En una competición como los Juegos Olímpicos, el trabajo realizado durante cuatro años se suele decidir en pocos segundos, por lo que una óptima preparación mental es clave para poder conseguir el objetivo.

Debido a que el crecimiento de un deportista tiene su base en el entrenamiento físico, la técnica y el trabajo mental, la psicología deportiva se ha convertido en una pieza clave en el deporte de élite. Porque para manejar la presión hay que aprender a controlar los pensamientos y las emociones, pues nada ata más que la mente y nada limita más que el miedo. Simone se ha tatuado en la clavícula: «Y aún así me levanto», como lema deportivo que habla del esfuerzo que tiene que hacer para superarse día a día.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)