Testigos del desastre en que ha acabado la aventura de Occidente en Afganistán, China, Rusia e Irán deben de estar frotándose las manos, pero tal vez su alegría sea prematura. Moscú sufrió ya una humillación semejante tras la ocupación del país asiático para sostener a su régimen comunista, y en la derrota militar de la entonces Unión Soviética tuvo mucho que ver Washington con su apoyo a los yihadistas a través del vecino Pakistán. Washington valoraba el hecho de que los talibanes fueran antiiraníes y pensaba además que el fortalecimiento de los islamistas ayudaría al desmembramiento de la Unión Soviética, algunas de cuyas repúblicas asiáticas eran de mayoría musulmana.

Tras la disolución de la URSS, la nueva Rusia apoyó la intervención militar de EEUU en Afganistán para castigar al régimen talibán por haber ocultado allí al responsable del mayor ataque terrorista de la historia norteamericana: Osama Bin Laden. Moscú autorizó incluso a los aviones estadounidenses que atravesaran el espacio aéreo ruso para aprovisionar a sus tropas en Afganistán hasta que se agriaron las relaciones entre las dos potencias. El Kremlin empezó a ver con creciente recelo la presencia prolongada de las tropas de la OTAN en aquel país y denunció los intentos de Washington de abrir nuevas bases militares en Asia. Rusia debe sentir ahora lo que los alemanes llaman schadenfreude --alegría de tipo sádico-- al recordar el papel decisivo que tuvo Washington en su derrota de entonces. Se sabe que funcionarios rusos han mantenido últimamente reuniones con representantes de los talibanes, lo que no significa que el Kremlin, siempre pragmático, no sea consciente del peligro de contagio que el yihadismo radical supone para Rusia.

No ocultan tampoco su alegría los medios oficiales de China al ver el tropezón del país líder de Occidente. Así, según constataba el otro día el Diario del Pueblo, veinte años de intervención de EEUU en Afganistán solo habían servido para que murieran miles de norteamericanos y para malgastar en armamento el dinero de los contribuyentes. Pero como en el caso ruso, China no debería alegrarse demasiado por la vuelta con fuerza de los talibanes ya que su triunfo podría envalentonar al yihadismo en la región, y ese país tiene también un problema con la minoría musulmana uigur.

Irán, que en un principio apoyó el derrocamiento del régimen talibán por EEUU, sin duda se felicita del descalabro de la superpotencia, a la que considera responsable de su miseria económica. Al Gobierno de Teherán le gustaría que volvieran la mayoría de los dos millones de refugiados afganos que viven en su territorio, pero si hay algo que debería preocupar a los ayatolás es que los talibanes sean de la rama sunita del islam, enemiga de su propio chiismo.

Periodista