Querido/a lector/a, el último 18 de agosto hizo 85 años que fue asesinado Federico García Lorca. Me refiero, como todo el mundo sabe, al granadino, poeta y dramaturgo universal. Al que era y es una figura emblemática de la cultura española. Y, además, demócrata y homosexual. Características reales que no alteraban para nada la dignidad a la que tenía derecho, pero todo indica que por eso precisamente lo mataron. Y es que guste o no guste, se diga lo que se diga, la realidad señala que ni los valores que propugnaban los militares que impulsaron el golpe de estado y la guerra civil, ni la iglesia de la época, que tenía la exclusiva moral, permitieron esa doble variante de demócrata y homosexual.

Lo bueno, en este caso, es que el paso del tiempo, capaz de borrar sentimientos, pasiones y recuerdos, de momento y ejerciendo de reparador, ha servido para recomponer algunos aspectos de la historia: digo que García Lorca, a través de su obra, de sus múltiples versiones, actualizaciones, investigaciones, traducciones, millones de lectores y espectadores... está vivo y presente y se le considera actual. Lo malo, o peor si cabe, es que en este 85 aniversario de su asesinato, el poeta y dramaturgo granadino continúa siendo un muerto sin cuerpo ni tumba. Lo triste, sin duda alguna, para todos nosotros y para España, es que han vuelto algunos valores antidemocráticos y homófobos que provocaron aquel estallido de sangre y dolor del que García Lorca fue una de las victimas. Están aquí y amenazan la convivencia en democracia.

Parece que aún no han aprendido que la democracia es un sistema para convivir en condiciones de profundos y persistentes desacuerdos. En cualquier caso, el mejor homenaje que se le puede hacer a todo lo que era y es, representa y representaba Federico García Lorca, es «mirar», como él decía, alguna de sus obras.

Analista político