Me imagino que a usted, como a mí, le dolerán las imágenes que nos llegan desde Afganistán tras la huida por patas de los occidentales defensores de la libertad. Recordemos que apenas hace unos diez años en muchos de los países musulmanes se produjeron revueltas exigiendo democracia y derechos sociales para la ciudadanía. La conocida como la Primavera Árabe. Entonces los occidentales vimos aquello como un signo de transformación. Es muy fácil alegrarse o apenarse en la distancia y sin conocer la realidad de estos territorios en los que la democracia no puede entrar de abajo a arriba (véase en Libia o Egipto) ni de arriba abajo (véase ahora Afganistán).

La democracia no se aprende de un día para otro ni se impone a las élites corruptas sin que estas no saquen nada a cambio. Y menos si quien la tutela son fuerzas de ocupación como los EEUU y sus aliados (nosotros entre ellos).

Ahora nos vamos de allí dejando a todas las mujeres y a los hombres sin barba a la merced de los descerebrados talibanes (con una cultura similar a la de los almohades y almorávides que en la edad media invadieron Al-Andalus). Después de que 102 militares compatriotas nuestros murieran en aquellas lejanas tierras (62 de los cuales en el accidente del Yak-42 por culpa de nuestros gobernantes de la época), el esfuerzo no ha valido absolutamente para nada.

Lo mínimo que deberíamos hacer sería traernos a España a todos aquellos que nos ayudaron (y sobre todo a aquellas) y, como ya se hizo en Europa en la segunda guerra mundial, ayudar a las resistencias democráticas árabes y musulmanas con todos los medios posibles.

Si no, la cosa se puede liar… y mucho.

Director general de Urbanismo