Nos interesa, por vecindad e inmediatez, cuanto acaece junto al Riu Sec o por la fértil Plana de Castelló. Pero nuestra mirada, como la de tantos otros ciudadanos de por aquí, salta las colinas de Babilonia, es decir, los cerros cercanos que nos protegen de la Tramontana norteña. El horizonte, vecinos, no está limitado por el Barranc del Malvestit, el Camí la Ratlla, el Barranquet d’Almassora o nuestro mar latino. Vivimos en un mundo globalizado, unidos por satélites que nos facilitan la información en el televisor de nuestro hogar; unidos por las redes sociales, que nos permiten seguir un pleno del Ayuntamiento de Castelló en directo y, al cabo de unos instantes, recibir un correo desde la península de Jutlandia en el que se nos indica que no podemos perdernos los programas de las dos cadenas de televisión, Arte y Phoenix, en torno a la situación de estos días en Afganistán. Son dos cadenas europeas, cuyo contenido informativo es fundamentalmente cultural. El correo nos lo envía Uwe Petersen.

Petersen, y disculpen vecinos el inciso, nació hace como 80 años en Eckernförde, un pueblecillo a pocos kilómetros de la frontera germano-danesa. Conoce La Plana y la ciudad del Riu Sec, y sabe de la porquería esa del cotonet que trae de cabeza a nuestros labradores. Fue, en su vida laboral, un trabajador socialdemócrata que anduvo con su empresa del ramo de la construcción por los cinco continentes. Luterano norteño de convicciones sociales y fe en la solidaridad, colabora desde su jubilación en la ayuda a los refugiados que llegan a Europa. Añora, este verano y por culpa del virus, sus paseos peripatéticos entre naranjos, por la sèquia de l’Obra y por donde el Molí La Font. Fue Uwe el que casi nos obliga a seguir la documentación de las televisiones europeas sobre Afganistán.

Uno, vecinos, poco después de la brutal agresión terrorista contra los ciudadanos de Estados Unidos en septiembre de 2001, adquirió e intentó leer el libro del paquistaní Ahmed Rashid, Los talibán. Me perdí entre las casi cuatrocientas páginas. Afganistán es un país plural y contradictorio, entre Irán, Paquistán y las repúblicas musulmanas exsoviéticas; un país sin salida al mar y sin salida en la historia de los últimos 3.000 años. Es un mosaico étnico de pastunes, tayicos, hazaras, uzbecos, turcómanos, y minorías hindúes y persas. Es un país multilingüe y multicultural, donde se habla pastún, farsi, urdu y hindi, y variantes dialectales turcómanas. Los musulmanes, sunitas y chiitas, son mayoritarios, pero hay relevantes minorías budistas y hinduistas, y hasta hace pocos años una potente minoría hebrea. Este país, con grandes extensiones desérticas, y también con elevados y verdes valles alpinos, lo intentaron ocupar persas y griegos, árabes y turcos, rusos imperiales que buscaban el Índico y los no menos imperiales británicos. En los años setenta lo intentaron doblegar los soviéticos, sin conseguirlo, y luego los talibanes que en un principio tuvieron la ayuda de iraníes, saudíes y norteamericanos durante el último estertor de la guerra fría.

Hoy de nuevo gritos dolor y refugiados que llegan hasta aquí. Pero, quizás, más que en entretenernos valorando la situación de ahora mismo con todo el problema que conlleva la evacuación de miles de seres humanos, ahora, digo, seria conveniente repasar la historia de estos últimos 50 años. También sería conveniente repasarla en la Plana y junto a Riu Sec. Porque por estos pagos, como en la península de Jutlandia, ya apunta el interés por el tema, y, con el interés, la necesaria solidaridad con los desplazados que sufren. Sin ir más lejos, el consistorio de Almassora ya ha ofrecido albergue para cuantos afganos pueda acoger; algunas asociaciones cívicas de Vila-real han hecho otro tanto. Y sobre todo Betxí, donde todos los partidos representados en el consistorio, con unanimidad solidaria, se han ofrecido para darle techo a cuantos refugiados puedan. Amén.