La reflexión dominical toca a su fin, mientras esperamos las últimas tormentas de agosto. Tenemos, vecinos, el equinoccio del otoño en la esquina. En otoño, el sol prolonga las sombras de los cerros de la Plana. En otoño, el gregal del noreste empuja las nubes del este y la lluvia bendice nuestros campos. Aunque periódicamente suele ser también agresiva. El otoño supone casi siempre temperaturas suaves: nuestros labradores, desde tiempo ancestral, bautizaron en valenciano esta estación, y casi de forma poética, como primavera d’hivern. Y a fe que lo es. En los preludios del otoño empezamos a aliñar, incluso, por estos pagos las primeras aceitunas verdes partidas o trencades, y las empezamos a consumir con moderación con los últimos tomates que se salvaron de la tuta absoluta, esa otra plaga, como el cotonet, en nuestros campos que dura ya más de una década, y que también es plaga importada.

Como muchos de ustedes conocen, las aceitunas verdes partidas se aliñan de mil formas y maneras en las anchas tierras hispanas. En la geografía estrecha del País Valenciano se aliñan en salmuera con ajedrea/saborija y tomillo/timonet. Son las hierbas aromáticas de por aquí, que ya utilizaban nuestros tatarabuelos romanos y celtíberos. La salmuera, un conservante ecológico, es sal gruesa disuelta en agua. Las escamas gruesas de la sal marina, de textura irregular, desaparecen incorporadas al líquido elemento. Pero todo tiene una medida: nueve recipientes de agua y el mismo recipiente lleno de sal sin refinar; la capacidad del recipiente depende de la cantidad de aceitunas que se vayan a aliñar. Sin duda, otro método válido y eficaz para elaborar la salmuera es el de la popular prova de l’ou: en un recipiente con agua se va disolviendo poco a poco sal gruesa hasta que la densidad del agua permita que flote un huevo crudo. La sal gruesa es fundamental porque es entera y natural, porque protege los alimentos y nos sirve para potenciar los sabores de carnes y pescados que horneamos en nuestra cocina mediterránea. Sobre estos temas nada triviales conversaba uno, ese otro día de este verano, con uno de los pocos fisiócratas que nos quedan junto al Riu Sec, Pepe Boira, el tantos años edil del Ayuntamiento en la capital de la Plana, y todavía más años responsable y preocupado por el agua y los regadíos en nuestro término municipal.

Los fisiócratas, se me olvidaba vecinos, fueron gentes ilustradas en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces y la razón. La fisiocracia, o relevancia de la agricultura y la ley natural en el ámbito de la economía, se inició en Francia y nos llegó aquí. Tuvo como adalid a François Quesnay, que vinculaba el origen de la riqueza a la explotación de sus recursos naturales en cualquier lugar del planeta. La agricultura, la libertad, el respeto a la propiedad privada, a la libertad del individuo como factor económico. Eso era y es la fisiocracia, dice Pepe, mientras reniega, sin vocablos altisonantes, por la presencia del puñetero cotonet en nuestros campos. Y seguimos con la salmuera y las aceitunas.

Y es que este verano y antes de este verano, y durante la primavera y antes de la primavera, y desde hace ya demasiados meses la sal gruesa o gorda nada tuvo con ver con el fruto de nuestros olivos verde-plata. Hubo y hay, en el ámbito de la vida pública, poca sal y demasiada sal gruesa. La sal, sin apellidos, es equivalente a garbo, donaire y humor. El anda salero, salero, de nuestros compatriotas andaluces. La sal con apellido, la sal gruesa, es sinónimo de todo aquello que se nos presenta de forma tosca y grosera, sin refinamiento, sin respeto hacia los demás, sin cortesía ni modales. Y no otra cosa que sal gruesa viene a ser la imagen que se desprende de una mal llamada oposición política al gobierno de coalición central en Madrid, o al gobierno de coalición de la Generalitat Valenciana, o al gobierno de coalición en el Castelló de nuestros contentos y descontentos. Y antes de continuar, dos apuntes absolutamente necesarios por ética y estética: nos referimos a determinados voceros del PP, y no a los populares que rigen con moderación en la Xunta Galega, en Andalucía, en Ceuta o en cualquier otro rincón hispano; tampoco nos referimos a los millones de nuestros compatriotas de centro derecha que votan con toda libertad al Partido Popular, y que merecen todo respeto. Nos referimos a los de la estridencia, falsedad, media verdad y enmarañamiento de la realidad, que nada tiene que ver con una oposición seria y responsable, que redundaría en beneficio de todos.

Porque es evidente que todo gobierno, de coalición o no, necesita en democracia una oposición seria. Una oposición seria obligaría a los gobiernos de coalición en Madrid, València o Castelló, a hacer las cosas mejor. Empezando en Castelló, por ejemplo, por los presupuestos municipales. Pero si esos gobiernos pueden mejorar, es algo más que dudable que pueda empeorar la oposición a los mismos, sería raro encontrar una oposición peor. Y estamos aludiendo a los casados, egeas, begoñas o toledos, o ese alcalde del PP, quien para publicitar su buena gestión municipal y atraer industrias a su pueblo, blasfema de paso que Pedro Sánchez está contra la industria y a favor del paro. Estamos aludiendo a quien conoce tan bien como las monjas de la Consolación la avenida Lindón. O estamos aludiendo a quien increpa a Ximo Puig, porque no hay suficiente prevención de incendios, y se olvida quizás, de forma incendiaria, de los fuegos lamentables en otras tierras hermanas, donde manda el Partido Popular. O de quien, con la boca torcida, murmura en el consistorio castellonense que la cruz del Ribalta no es la cruz de los vencedores franquistas; el que confunde la cruz del Cristo del Madero con el pegote de nuestro Ribalta. A lo peor no le enseñaron a Sergio Toledo en la escuela los conceptos de denotación y connotación. Y en fin, aludimos al pajarito que inspira a Begoña Carrasco, según sus palabras, las críticas a la foto-modelo-publicitaria Amparo Marco en los plenos de nuestros consistorio. No sabemos si se trata de un gorrión, una perdiz, un petirrojo, una garza, un cuervo o una urraca, o un despropósito impresentable, émulo de las argumentaciones de Ayuso o el expresidente Trump. Y como la lista sería inagotable, nos quedamos con la salmuera, con las aceitunas, con nuestro fisiócrata castellonense, con el otoño suave que se nos acerca.