Las mujeres y los niños, primero. Siempre hemos sabido cuál es el eslabón más débil de la cadena humana cuando se impone el poder de la fuerza y la violencia. Desde que el mundo es mundo y las guerras han manchado de sangre las páginas de la historia. En las cuevas prehistóricas y en los atentados del Aeropuerto de Kabul, las mujeres y los niños primero. Pero en este caso, primer objetivo.

Resulta paradójico que las guerras de los hombres las sufran más que nadie las mujeres. También los menores, a quien las bombas y la metralla no discriminan por su tamaño o edad . Así ha sido y será, ya hemos perdido la esperanza. ¿De qué sirven la ONU, la OTAN o la Unión Europea si no actúan cuando más se les necesita? Tampoco nos fue mejor en el siglo pasado. Crisis tras crisis, guerra tras guerra. De las violaciones como botín de guerra en los Balcanes a Afganistán, nada ha cambiado.

Es el Kabul Blues, una canción triste que se susurra en Afganistán, porque hasta cantar lo tienen prohibido sus féminas. Joe Biden, Pedro Sánchez, Vladimir Putin, muchos hombres decidiendo el futuro de miles de mujeres afganas. Me pregunto si sería todo diferente si fuesen hombres los que tuviesen que soportar la anulación social que supone el burka. No es feminismo barato, es una realidad. Nadie más que ellas pueden explicar lo que significa perder su dignidad, educación o trabajo.

En los próximos meses asistiremos a un goteo incesante de violaciones de los derechos humanos en Afganistán. Nada nuevo bajo el sol. Sus mujeres llevan siglos soportando esa condena en vida que, en las dos últimas décadas, había vivido una tregua. Ocupar un territorio con la fuerza de las armas nunca es la solución pero, abandonarlo a su suerte, tampoco es la mejor opción.

Han sido cerca de 2.000 las personas rescatadas por nuestro ejército, podrían haber sido muchas más, pero no hay aviones en el mundo para todas las personas que hubiesen querido huir de la barbarie talibán. ¿Y ahora qué? Las hemos dejado solas ante un fundamentalismo religioso que se extiende de forma imparable. En manos de terroristas que no dudan en poner bombas entre una avalancha de personas. ¿Qué no harán con ellas cuando se marche el último soldado de las fuerzas internacionales?

Ahora más que nunca hay que gritar su nombre y llevar su voz, la de todas y cada una de las mujeres de Afganistán. Mirar hacia otro lado, cuando ya no abran los informativos, es un acto de cobardía y crueldad infinita que ya hemos visto en Cuba, Haití o Botswana. Sus mujeres han caído hoy en el olvido, invisibilizadas por una sociedad del consumo. Es el feminismo de Occidente, que sirve para manifestarse libremente y poco más. Para nosotros un derecho, para ellas un sueño. El precio de la libertad.

Portavoz de Ciudadanos en la Diputación de Castellón y teniente alcaldesa de Benicàssim