No aparece en el término de Castelló, ni en el País Valenciano, ni en el resto de nuestras fraternales tierras hispanas, un solo observador moderado que no tache como desagradable el estruendo y la crispación en la política de estos meses. Son notas ruidosas que están muy alejadas del clarinete. Este instrumento, conocido por todos ustedes, es melodioso, apacible y masónico. Tiene buena madera como la tiene una buena flauta o un buen oboe. Con el clarinete interpreta Woody Allen todo el jazz que a ustedes les apetezca. Pero fue Mozart, el de Salzburgo, quien le dio al clarinete la sensibilidad armónica y clásica con que nosotros conocemos el instrumento. El clarinete adquirió relevancia en la primera mitad del siglo XVIII. Su música acompañaba asambleas y reuniones en las logias masónicas. Es harto conocido que Mozart ingresó en la logia Zur Wohltätigkeit, que viene a ser como «para la caridad o la beneficiencia»; y más conocido todavía, es el carácter masónico de La flauta mágica, o el concierto para clarinete K622. El adagio de dicho concierto lo utilizó John Barry como parte de la música incidental de Memorias de África, el film de Sydney Pollack que ganó 7 oscars. Aunque esa música de clarinete merece muchos más. Se puede escuchar, vecinos, una y mil veces en las redes sociales, y cada vez resulta más agradable.

Como le resultará al político que, junto a la Rambla de la Viuda, denominaremos con el afectivo diminutivo de Sentet. El ciudadano Sentet ama la música y toca en la banda de su pueblo. Es valenciano cabal en el tema y, por supuesto, digno de loa, porque la cultura musical de nuestros pueblos nos identifica más allá de los límites de estas estrechas tierras autonómicas. El político Sentet, nuestro vecino y alcalde del PP junto a la Rambla, anda a años luz de los armónicos pentagramas para clarinete. Podríamos indicar, vecinos, que en política toca la gaita. No la gallega, escocesa o irlandesa de raigambre celta, sino la metafórica gaita del estruendo y la pesadez, que no halaga nuestros oídos, y molesta hasta la saciedad.

Nuestro Sentet, que se alinea con el sector más visceral del PP, lanza soflamas incendiarias, émulas de Abascal, contra Ximo Puig o Pedro Sánchez. Y no es que tengamos que introducir a estos dos políticos, ni por asomo, en la letanía de los santos. Pero es que indicar que el dogma político de ambos y de todo progresista es «prohibir», nos remite a un mundo irreal que no se puede asir de ninguna manera. Porque nuestro Sentet, muy escorado a la derecha, nos remite a los epígonos libertarios y anárquicos de los del Mayo del 68, de los de «prohibido prohibir», con que se decoraban los muros parisinos. Loado sea el Dios del Sinaí y su santa Madre bajo la advocación de Lledó. Qué alejado del clarinete cuando a los socios de coalición de Puig los califica de «secuaces». Y cuando a las medidas preventivas que tomaron nuestros gobiernos municipales, autonómicos o centrales –de todos los colores del arco político--, cuando a las medidas preventivas, digo, que se tomaron aquí y allá, dentro y fuera de nuestras fronteras, las denomina prohibiciones. Más o menos acertadas, junto al Riu Sec y por doquiera se quiera, eran y son medidas preventivas, que enervan en grado superlativo al brasileño Bolsonaro, al anglosajón Trump, y al valenciano y castellonense de junto a la Rambla de la Viuda, Sentet. Igual, hoy mismo, nuestro Sentet está pensando en el ataque furibundo a las libertades que supone no poder bañarse en las playas de Castelló, porque, tras la rotura del colector de aguas fecales, el gobierno municipal se ha visto obligado a cerrar las playas donde bañarnos. Se añora en política la música del clarinete.