Como ya sabemos desde hace mucho la democracia es el menos malo de todos los gobiernos. También sabemos que las democracias occidentales de masas, es decir, prácticamente todas las que hay, son manipulables a través de las grandes corporaciones económicas, corporaciones generadoras de opinión que la dirigen adecuadamente. Que los intereses creados influyen de forma potente y clara en las decisiones finales que se plasman en la urna electoral. Incluso a través del inocente Facebook, el reenviable WhatsApp, o el asqueroso Twitter que nos guía a donde ellos (quienes sean) quieren.

Pero aun así la democracia sigue siendo el menos malo de los gobiernos. Aun con los peligros que nos ponen al borde del precipicio a través de personajes populistas que nos cuentan lo que queremos oír para hacer otras cosas que a lo mejor no nos interesan tanto. Ahí tenemos a Trump y la que estuvo a punto de liarnos, o a los británicos y su Boris Johnson de pelo desordenado, o los nuestros de aquí que cuentan batallitas de patria y rencor para hacerse con votos de la gente con la cabeza menos amueblada. Aun con todos esos peligros no hay más remedio que querer a la democracia, el gobierno de la mayoría.

Otra cosa es que estemos en posición de imponérsela a los países que tradicionalmente no han sido jamás democracias. Eso exigirá otros procesos históricos internos de los propios países. Y nunca las revoluciones sangrientas han acabado con gobiernos democráticos. Quien consigue el poder por la fuerza no lo suelta así lo maten. Por eso, la tontería de imponer democracia a tiros no es posible. Demos gracias por lo que tenemos y conservémoslo.

Urbanista