El general Cabrera hizo de Morella la capital del carlismo. Aquel espíritu de obstinación, tenacidad e ideales dio su siembra en la histórica población de Els Ports, cuna de Ximo Puig. El hoy president de la Generalitat es, tal vez, el más veterano de los políticos con mando en plaza, en este caso la Comunitat Valenciana. Ximo lo ha sido todo desde que comenzara la andadura de la mano de Joan Lerma, en el lejano 1983, aunque siempre tiene a gala destacar los años de alcalde.

Ya son casi cuatro décadas al servicio de la sociedad, periodo que le ha permitido forjar un sólido sentimiento de hombre de estado, muy apreciado en estos tiempos de coaliciones y pactos. La larga singladura no siempre ha sido fácil, él mejor que nadie sabe aquello de «quién resiste vence». Los partidos resultan viveros de inconfesables componendas en las que se afilan navajas de Albacete. Antes de la crisis de Gobierno propiciada por Pedro Sánchez, del filo de algunas navajas amigas salían chispas. Los seguidores del hoy defenestrado José Luis Ábalos veían el fin de Ximo y el momento triunfal del entonces ministro de Transportes y número dos de Ferraz.

La ensoñación de Ábalos duró dos telediarios, pese a haberse subido al Peugeot de Sánchez para acompañarlo en el más increíble de los viajes. «Xe, l’amo» le había dicho algún colega conspirador de cuando en Blanqueries un grupito obraba en contra del ahora president.

A Ximo Puig, pasado el ecuador de su segunda legislatura al frente del Consell, no le tose nadie. Será el único candidato a la secretaría general del PSPV. Y Sánchez encantado de tenderle la mano. Pelillos a la mar.

Periodista y escritor