La serenidad es una de esas virtudes que prestigian a quien la desprende con espontaneidad no calculada. Por su escasez, se echa de menos en política, donde cualquier gesto, cualquier declaración se suele revestir de utilitarismo electoral, no importa el tiempo que reste hasta los próximos comicios electorales.

Agosto ha cerrado definitivamente los párpados con un tiempo revoltoso que ha heredado septiembre, uno de los meses preferidos por muchos peñiscolanos y peñiscolanas. En lo que concierne a nuestra localidad, el mes recién concluido nos ha dejado una recuperación de los estándares turistas cercanos a los que hubo en el 2019 y un derrumbe luctuoso que nos ha concedido un protagonismo indeseado en los medios.

Estuve donde el derrumbe, al poco tiempo de producirse. Me pareció propio por mi responsabilidad como representante municipal. Guardé la discreción debida y presenté el respaldo simbólico de la familia socialista; quise estar también pues a las duras porque a las maduras suele resultar mucho más sencillo.

El mundo no es un lugar perfecto y como tal surge la fatalidad con una frecuencia proporcional a la superpoblación, de humanos y de infraestructuras. Se investiga el último derrumbe para impedir que haya un próximo. El ocurrido en Peñíscola evitará otros sucesivos.

Sin embargo, el carrusel de la evolución no detiene nunca su girar y el sucedáneo de fiestas, con programación reducida por lo inexorable de los tiempos, para agasajar a nuestra Virgen de la Ermitana, almacenará los cascotes en nuestros altillos de la memoria local y vestirá de gala nuestro orgullo de pertenencia, nuestra devoción, con independencia de la fe individual, a lo nuestro y a los nuestros.

Desde el Ayuntamiento, las socialistas procuramos contribuir a la mejora de Peñíscola, nuestra localidad, desde una oposición responsable, argumentada, colaborativa, envuelta de ordinario en esa serenidad a la que aludía. Así continuaremos.

Portavoz del grupo municipal socialista de Peñíscola