El otro día en casa de un amigo de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero que no citaré, vi escribir a su nieto mayor. No me gusta pecar de indiscreto, pero lo tenía pegado a mi vera y, sin pretenderlo, leí las dos últimas líneas del texto. El chaval, que tendrá unos 16 años, cometió una falta de ortografía garrafal, que le reseñé con la mayor cortesía y afecto.

Meses atrás, en una entrevista leída en esa ventana universal que es internet y que le hicieron a mi idolatrado Riccardo Muti en Il corriere della sera, me estremeció el titular y el texto que lo explicitaba: «Me he cansado de la vida, porque estoy en un mundo en el que ya no me reconozco. Y como no puedo esperar que el mundo se adapte a mí, prefiero apartarme del camino». Y eso lo decía uno de los más grandes directores de orquesta del planeta, si no el mejor. Con dolor y tristeza, hice mías sus palabras, de inmediato, al leerlas. Su evocación me vino al pensamiento al apreciar este enorme error. Yo tampoco me reconozco en esta sociedad. A mis 10 años se me obligaba (a mí y a todos los de mi quinta) a curtirme de una forma muy madura con las exigencias del examen de ingreso para acceder al bachillerato. Tres faltas de ortografía en un dictado te inhabilitaban para matricularte en el instituto. No caeré en el tópico de citar a Manrique con «cualquiera tiempo pasado fue mejor». Pero a tenor de lo dicho, sí señalaré que observo, con pesar, que se están perdiendo valores: la formación, el esfuerzo, las formas, la excelencia, el respeto, la ética, la consideración, la responsabilidad, la lealtad… Y…

Cronista oficial de Castelló