Quienes durante los últimos meses han tomado las riendas provinciales y regionales del Partido Popular se escoran, conscientemente, hacia la derecha ideológica más extrema. Eso se constata a diario estos meses pandémicos. Sin ir más lejos, ahí tienen, ustedes vecinos, la ridícula y esperpéntica loa de una de sus actuales portavoces a la edad dorada de los gobiernos provinciales y regionales del PP. Los que nos pusieron en el mapa de la corrupción en la vida pública europea. Los Carlos Fabra, los Zaplana o los Serafín Castellano, y no se agota la lista, son historia de un pasado demasiado reciente, que colea todavía. Como colea la corrupción desde siglos antes de nuestra era. El griego Hesíodo, en sus Trabajos y los días, no aludió al pasado reciente de Castelló o al pasado reciente de la Generalitat Valenciana. El griego escribió sobre unos idealizados «años dorados» de igualdad, paz, concordia y justicia entre los humanos. El discurso de Hesíodo lo asume Cervantes, y el loco de la Mancha lo reproduce, aludiendo especialmente a la justicia que andaba sin harapos entre los pastores, porque los jueces, en esa idealizada época áurea, desconocían la ley del encaje, es decir, de la arbitrariedad. No aludió a los gobiernos provinciales de Carlos Fabra o a los autonómicos de Zaplana.

En Hesíodo y en Cervantes siempre encontramos, vecinos, seriedad. Los nuevos voceros del PP nos remiten al enmarañamiento, al ridículo y a la media verdad de quienes repiten hasta la saciedad las consignas que llegan de los madriles del madroño. Al cabo fueron elegidos en congresos provinciales y regionales que nada tuvieron que ver con la unidad, sino más bien con las unanimidades que, si no son iguales, son extremadamente parecidas a las de Lukashenko en Bielorrusia. Cualquiera de estos agitados días nos da por añorar a Bonig, la fémina de la Vall d’Uixó a quien no la faltaba firmeza en el ejercicio de la oposición.

Quizás por lo anterior, esto es, por ese desplazamiento hacia la sin razón de los adalides populares, tengamos que lamentar el hundimiento de Ciudadanos. Un hundimiento que nada tiene que ver con Der Untergang, la conocida historia en el celuloide sobre la debacle de Hitler. Tiene el hundimiento de nuestros Ciudadanos mucho más que ver con la falta de cabeza y la sucesión de errores. Se quería un partido centrado, liberal, europeo, ajeno a la corrupción, y más ajeno todavía y con razón al separatismo irracional. En el embrión que originaría Ciudadanos, se encontraba gente de tanto prestigio cultural y democrático como Francesc de Carreras, Albert Boadella y Arcadi Espada. Personajes ajenos a los populismos sociales o a los nacionalismos identitarios. Un buen proyecto que se vino abajo, debido a los disparates de Albert Rivera: unas veces posando desnudo, mostrando sus nalgas, y otras empecinándose en no pactar con el PSOE. Luego Albert fue legal, como dicen los modernos, y dimitió cuando perdió votos.

Y ahora, el hundimiento de Ciudadanos, arrastra a nuestro paisano, el galeno Alejandro Marín-Buck, quien deja el consistorio municipal de la capital del Riu Sec, dice, por motivos personales y familiares, que debe tener. Aunque no hace falta ser un lince para constatar que este adiós se ha de añadir a la suma de Cristina Gabarda o Paula Archelós, y tantos otros más que comenzaron ilusionados el proyecto. Uno de ellos, un concejal de Vinaròs, explicó en estas páginas ese ilusionante proyecto que se hunde, y al que solo le faltaba asumir más la diversidad de las tierras hispanas. Alejandro Marín, sobre todo en las formas, asumió la moderación. Y ahí quedarán para siempre sus educadas intervenciones en los plenos.