El pasado 27 de agosto despegó del aeropuerto de Kabul el último avión del Ejército del Aire español, pilotado por el comandante Javier Ferrer que compartió cabina con el embajador Gabriel Ferrán. Dos héroes volaban juntos. El militar fue el primero en aterrizar en aquel infierno que lo sigue siendo todavía más y el encargado de culminar el rescate de los últimos españoles y de un pequeño grupo de afganos. A día de hoy seguimos sin tener información de los 2.204 afganos repatriados a España, a diferencia de lo ocurrido en países vecinos y socios, tanto en la UE como en la OTAN: dígase Francia, Alemania o Italia.

Aplausos por el rescate de más de dos mil ciudadanos de Afganistán que han logrado librarse del horror. Ahora bien, creo necesaria la pregunta: ¿qué porcentaje de éxito ha tenido la evacuación de colaboradores de España cuyas vidas y las de sus familias entonces corrían serios riesgos? Al respecto parece que se ha corrido un tupido velo. Es de esperar que, en lo sucesivo, vayamos conociendo detalles no demasiado reconfortantes, de boca de alguno de los hasta hoy silentes testigos de la operación que honra a nuestras fuerzas armadas y deja en evidencia al Ejecutivo, por el tiempo y la forma, al igual que al resto de gobiernos occidentales, con el de EEUU y Biden al frente.

Ayer pudimos ver a miles de afganos movilizándose contra los talibanes. Acción que debería contar con el apoyo de los países que han dejado abandonados a millones de personas al albur del terror. Un error que podemos pagar caro. Se hace necesario enmendar la frase de Sánchez: «Misión cumplida». La misión está por cumplir y el fracaso nos avoca a altos riesgos que pueden ser letales.

Periodista y escritor