Querido/a lector/a, Angela Merkel, la canciller alemana del CDU, del partido demócrata-cristiano, se va. Tan cierto que después de 16 años invicta, ya no se presenta a las elecciones. Circunstancia, digamos que cotidiana o habitual en cualquier actividad o faceta de la vida y, también, en la política. Y es que la gente se hace mayor y no tiene más remedio que abrir espacios que deben ocupar otras personas. Es ley de vida. Pero en este caso, de momento, lo singular es que después de un montón de años las encuestas pintan mal para el CDU, para Armin Laschet, para el candidato sustituto de la Merkel en su partido.

En contraposición, Olaf Scholz, el candidato del SPD, de la socialdemocracia, amenaza con una diferencia de cinco puntos y una victoria. Posiblemente porque el candidato sustituto no es la Merkel, no es la madre de la patria o, si prefieres, de la matria (neologismo que ya utilizaron ciertos próceres de la literatura y del pensamiento y todo indica que para esta ocasión sería una terminología adecuado). Pero, además, porque Olaf Scholz, el candidato de la socialdemocracia, no es un cualquiera, es vicecanciller y ministro de finanzas en el gobierno de gran coalición que ante la crisis firmaron y mantienen los demócrata-cristianos y los socialdemócratas alemanes. Pero ojo, puede que la cosa no acabe así. Parece ser que la Merkel, la que decía que no quería intervenir porque un buen candidato de su partido tendría que ser capaz de triunfar sin su apoyo, ahora se ha puesto las plumas y las pinturas y acude a los actos electorales con el hacha de guerra.

Y es que la Merkel, aunque no sea como Orban el de Hungría, ni como Morawieki el de Polonia, ni como Casado, también es derechas y no le gustan los que, en nombre de la necesidad, hacen énfasis o subrayan las políticas de igualdad o justicia social.

Analista político