A finales del pasado mes, en el hundimiento de un edificio de la urbanización Font Nova de Peñíscola, Bienvenido Cives perdió a su pareja y a su hijo de 15 años. Pocos días después, apenas iniciado el proceso de duelo por ambas muertes, tuvo que empezar los trámites administrativos, entre los que se hallaba cancelar el contrato con su compañía telefónica. La sorpresa inicial se convirtió en rabia cuando desde la compañía le instaban a devolver el router, si no quería recibir una penalización de 150 euros.

A pesar de exponer su dramática situación y de explicar que el aparato estaría hecho añicos entre los escombros, la compañía, provista sin duda de unas buenas anteojeras (pieza que se coloca sobre los ojos de las caballerías para que solo vean el camino frente a ellos), insistía en que devolver el aparato era lo único que podía evitar la multa. Al final, al ver que el usuario utilizó el periódico para denunciar el abuso, con la consiguiente avalancha de críticas, la compañía rectificó, exonerando del pago a Bienvenido.

Se conoce como ecpatía al proceso mental voluntario de exclusión de sentimientos, actitudes y pensamientos del otro. O lo que es lo mismo, la dureza afectiva característica de algunas personas o empresas carentes de empatía. Porque ser empático es justo lo opuesto, es la facultad para ponerse en el lugar del otro. Es decir, ser capaz de entender la situación y los sentimientos que está viviendo otra persona, conectando rápidamente con ella y logrando hacerle sentir cómoda. Hablaríamos pues de la capacidad para entender los sentimientos y las emociones de alguien cuando lo está pasando mal. Las personas empáticas saben atender, son sensibles y tolerantes, pues la empatía está relacionada con el apoyo, la compresión y la escucha activa.

Y, en los tiempos que corren, nos vendría muy bien abrir el grifo de la empatía y llenar el vaso de una gran dosis de solidaridad.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)