Que la Tierra es redonda y achatada por los polos; que gira sobre ella misma y tiene un eje de giro inclinado; que la inclinación del eje de giro de nuestro planeta, junto con la órbita que realiza alrededor del Sol, origina las cuatro estaciones del año en el hemisferio austral al sur del Ecuador y en el septentrional al norte que es el nuestro; que en el Ecuador hay solamente dos estaciones: la seca y la lluviosa. Vecinos, esas y otras zarandajas de la misma índole, las aprendíamos antes en la escuela del pueblo en una posguerra gris, aunque llena de los colores del juego para quienes entonces éramos infancia o adolescencia. En la escuela se nos exigía un mínimo esfuerzo en el aprendizaje, como el cura párroco nos exigía una mínima memorización del catecismo de Ripalda para la primera comunión.

Desde hace unas décadas acá, se propaga, no solo en las tierras hispanas sino también en el resto de Europa, una tendencia a la ley del poco o nulo esfuerzo, de la exigencia escasa en la escuela. Aquí esa norma poco acertada comenzó allá por los años setenta del pasado siglo, cuando un dicharachero ministro de Franco, encargado del Movimiento Nacional, soltó aquello de «menos latín y más deporte» en la escuela. El ministro Solís desconocía, a lo peor, que el latín y el deporte son compatibles, porque el deporte exige disciplina y esfuerzo, y aprender las declinaciones latinas también. Aunque lo chocante no es que un ministro de Franco viniera decir esto o lo otro; lo chocante ha sido la tendencia, en apariencia progresista, a la ley del poco esfuerzo y escasa exigencia. Pruebas de ello las tienen ustedes a diario en el sur y en el norte de los Pirineos. Es curioso que, en Baviera, donde se imparte más latín que en el resto de Alemania, los resultados académicos destaquen Europa.

El latín desaparecido

En las comarcas castellonenses y en el resto de comarcas del País Valenciano, el latín desapareció prácticamente de las escuelas. Aquí el nivel de exigencia es escaso. No sabemos, vecinos, si las más jóvenes generaciones pasarán de curso ignorando aquello de las estaciones y el eje de giro de la tierra. O si pasarán sin saber los trazos fundamentales de nuestra climatología mediterránea con las lluvias torrenciales en otoño, los humedales costeros inundables y las nubes de mosquitos. ¿Entenderán la elocuente fotografía que publica este 15 de septiembre pandémico el periódico Mediterráneo de la capital del Riu Sec? ¿Entenderán el homenaje de esos dos guardias civiles a los compañeros muertos hace 171 años al intentar salvar a unos ciudadanos atrapados en la torrentera del Barranc de Bellver en Orpesa? Aguas otoñales, torrenciales y mosquitos.

Porque los huevos, las larvas, las pupas y los mosquitos adultos necesitan el agua en donde desarrollan sus ciclos vitales. Agua otoñal que tienen en abundancia al norte y al sur del Riu Sec. Y los mosquitos zumbadores y molestos trasmiten enfermedades. Esto lo sabían los antiguos monarcas de la Corona de Aragón y enviaban cartas al Consell de la Vila de Castelló, en las que se prohibía la plantación de arroz, porque suponía la inundación artificial de la Marjaleria, y más mosquitos terminaban con la vida de sus súbditos y contribuyentes. Caso omiso hicieron sus súbditos, quizás porque debían decidirse entre el hambre y los mosquitos, dado que las cartas reales se suceden periódicamente. Menos caso hicieron quienes no respetaron los humedales, y favorecieron la aparición de una Venecia nada romántica. Una Venecia nublada estos días de mosquitos con los que no puede acabar la armada Norteamericana por mar, o la Acorazada Brunete por Tierra. ¿Tendrán conocimiento de todo ello nuestros escolares?