Lo correcto o lo incorrecto ha entrado en una nueva dimensión: la dimensión política. Lo políticamente correcto está inundándolo todo. Desde el humor hasta la alta política. Y todo ello canalizado a través de dos simples símbolos: arroba (@) y Hashtag (#).

Manifestar tu libre opinión donde sea puede generar un tsunami de improperios por haberte pasado de la raya. Todo empezó con los chistes de negros, siguió con los de tartajas y mariquitas y siguió y siguió y siguió hasta hoy. Y no estoy diciendo que el contenido de esos chistes no tuviera un trasfondo racista, homófobo o lo que sea para el caso de los tartamudos. Lo que digo es que hay cosas que hacen gracia y otras que no… sencillamente. No hay más.

Y todo está en relación al transmisor, que puede tener más gracia o menos al contarlos. Y el receptor, que puede estar más predispuesto o no. Y, a partir de ahí, te ríes a carcajadas, te sonríes o sencillamente dices aquello de «qué malo» y se acabó la historia.

Ahora no. Ante la ideología de lo políticamente incorrecto, se retiran estatuas en EEUU de los españoles que estuvieron por aquellas tierras. De los que, en una época que la esclavitud estuvo de moda, tenían esclavos, pero cambiaron el mundo por otras circunstancias.

Ahora ya no eres tu quien valoras si el chiste te gusta o te hace gracia. Son otros los que te quieren obligar a que no te guste. Y ese camino no es bueno. Me podrá parecer humillante un chascarrillo a mí, pero no porque tu me impongas la obligación de aquello que tu consideras correcto o no.

Seamos mayorcitos ya.

Urbanista