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Enrique Ballester

Barraca y tangana

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Deportes

Una lección fundamental

Como con los fichajes de tu equipo, más te vale esforzarte por entenderlos y aceptarlos sin más. Los vas a tener que querer igual

Se puede saber cómo afrontará un niño la vida adulta de una manera muy simple. Basta con observar una excursión a una función teatral: están los que levantan la mano cuando piden un voluntario para subir al escenario y estamos los que nos pasamos la obra sufriendo por si el mago nos elige entre la multitud y nos toca interactuar. No hay más: esta división original perdura en el tiempo sea cual sea la edad.

De hecho, hace poco fui al circo con mis hijos y volvió a pasar igual: dos horas temiendo que se me acercara un payaso, que me señalaran los focos, dos horas con esa sensación de angustia criminal. Mi hija se sentaba a mi vera y ella, en cambio, es de las que oye la música y sale a bailar. Delia ha sido así siempre y así seguirá. Es curioso atisbar en tus hijos la tendencia natural, porque es algo que no depende de ti y difícilmente vas a cambiar. Como con los fichajes de tu equipo, más te vale esforzarte por entenderlos y aceptarlos sin más. Es la única manera de vivir con algo de paz, en la casa o en el estadio, porque los vas a tener que querer igual.

Mi hijo, por su parte, todavía está por decantar, aún está en esa edad. A sus cinco años va dejando pinceladas que no están mal, indicios que invitan a pensar que, a diferencia de su padre, está en el buen camino y pronto espabilará. El mes pasado empezó un nuevo curso de fútbol y los entrenadores, para darles conversación en la previa, preguntaron a los niños cuál había sido su jugador favorito de la Eurocopa. Teo, según nos contó luego, pensó ‘ay, qué mal, me van a pillar’. Mi hijo sintió un pánico letal porque no tenía ni idea del tema, porque no sigue el fútbol aún con tanta atención. Sin embargo, escuchó que un par de compañeros contestaban ‘Gerard Moreno’ a pleno pulmón, y a todos les parecía perfecto, así que cuando le llegó el turno no lo dudó, y Teo dijo ‘Gerard Moreno’ como un campeón. Después, cuando acabó de entrenar y mi padre lo recogió, le faltó tiempo para preguntar, ‘oye, ¿quién es Gerard Moreno?’. Fue lo primero que soltó.

Quizá por evitar otro agobio similar, o por algo semejante al orgullo, noto que Teo se fija ahora más en los nombres de los futbolistas, en los cromos y en la televisión, que antes el fútbol era para él Cucurella y diez más, como sabéis, porque le hacía gracia el pelo y el nombre y ya. Ahora se sienta frente a la tele algún rato y repite los nombres que pronuncia el locutor. ¡Rodri! ¡Eric! ¡Gavi! ¡Ferran! La estrategia es buena pero esconde grietas que vigilar. La otra noche gritó ¡Supar! y no sabíamos quién era Supar, y repasé diez veces la alineación en el Livescore hasta que rebobiné el partido y escuché que decían ‘Se va de su par’. Mi hijo pensaba que decían ‘Se va de Supar’ y yo, obviamente, no le corregí el error.

Con toda lógica, mi mente enlazó ese momento con lo de Gerard y le dije a Teo que si sus entrenadores le volvían a preguntar, si le decían cuál era el peor defensa, contestara ‘Supar’, porque los delanteros siempre se van de su par. Desde entonces mi hijo vive en la mentira porque además, cuando estamos jugando, le recuerdo lo malo que es Supar, no se le vaya a olvidar. A ratos me gana el remordimiento y me siento un poco mal, pero no encuentro la manera ni la ocasión de rectificar. Me justifico pensando que le estoy regalando una lección fundamental: ser idiota es algo que también perdura en el tiempo, a menudo y más en el fútbol, sea cual sea la edad. 

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