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Enrique Ballester

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Un objetivo realista

Si hubiera sabido lo que sienten los padres al ver a su hijo jugar un partido, me habría esforzado más cuando jugaba a fútbol de niño

Si hubiera sabido lo que sienten los padres al ver a su hijo jugar un partido, me hubiese esforzado más cuando jugaba a fútbol de niño. Me habría esforzado algo, quiero decir, más allá del mínimo exigido. Si hubiera sabido lo que sienten los padres al escuchar «ese las corta todas» en boca de unos desconocidos, cuando ese tal ‘ese’ es tu hijo, hubiese sido mejor defensa, mejor persona y mejor hijo. 

Teo jugó la semana pasada sus primeros partidos de ‘verdad’, con árbitro, rivales y porterías en un torneíto. Desde que supo que iba a jugar, nos preguntaba cada día cuánto tiempo faltaba. Lo preguntaba al despertarse y al irse a la cama. Teo quería saberlo todo: cómo era el campo, cuál era el premio y cómo vestían los otros equipos. Estaba feliz y tranquilo mi hijo, incluso al llegar y al jugar sus partidos, cuando a mí esas cosas me ponían supernervioso de niño. Pero a Teo no, ni antes ni durante ni después cambió su entusiasta estado de ánimo. Es amor: desde que acabó no deja de preguntar cuándo vuelve a entrenar y cuándo le toca el siguiente partido. Y es imparable: regresamos a casa y me hizo jugar y jugar y jugar todo el domingo. Ya no quedan amores así de espontáneos, desinteresados y sencillos. Hay quien quiere que sus hijos se le parezcan. A mí me sale agradecer que sean mejores que yo, que me sean distintos.

A Teo también le gusta, después de sus sesiones, que nos quedemos a ver otros partidos. Partidos de ‘mayores’, que mayor significa para él tener más de cinco años. El otro día vimos un duelo muy desequilibrado, con un equipo encajando un gol tras otro. Al acabar, el portero se giró hacia sus padres de lo más contento, generando cierto asombro tras la goleada recibida. El niño explicó con la mayor naturalidad, y a grito pelado, que estaba alegre porque habían cumplido el objetivo: «Teníamos que recibir menos de doce goles y solo nos han marcado nueve». Me cayó bien de repente ese niño --y su entrenador, de paso-- porque esa es justo la actitud necesaria frente a la vida. Ser realistas con el objetivo.

El equipo de Teo ganó sus dos partidos, pero él no hablaba solo de eso. Hablaba de cómo ayuda a sus amigos, de cómo vigila cuando atacan, de cómo está atento siempre y va fuerte a la pelota para no hacerse daño, de cómo corre para celebrar los goles primero con el portero de su equipo. Me ha salido un defensa por instinto, uno de esos tipos raros que piensa por el colectivo. Viéndolo jugar, tan pequeño y tan valiente, envidié su capacidad para aceptar los errores, para levantarse y volver a pedirla tras un fallo, para festejar con alegría sana y para ser feliz durante el camino. A veces hay que agradecer que no se nos parezcan nuestros hijos. A veces al fútbol deberíamos ponerle un lazo, porque no puede ser más bonito.

Para estar a la altura, me gustaría ser un padre de esos que saben dar los mejores consejos, uno de esos que saben siempre cómo ayudar a sus hijos. Me encantaría, pero me temo que no sirvo. La tuitera Fansy recordó hace poco su primera menstruación, contó que le bajó la regla y salió del baño gritando: «¡Mamá, lo que dijiste que me iba a pasar, me ha pasado!». «Desde entonces” --añadió-- «más o menos toda mi vida ha sido ‘lo que me dijiste que iba a pasar, ha pasado’». Me pareció una verdad graciosa e inapelable y me gustaría ser esa madre, pero ni me aproximo. Como el niño de los nueve goles en contra, tendré que buscar otro objetivo.

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