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Paco Mariscal

Al contrataque

Paco Mariscal

Churras y merinas

Estuvo en la División Azul. Cierto. Alguna vez afirmó él mismo que se apuntó voluntario por mor de favorecer la situación de su padre, un republicano liberal valenciano de derechas perseguido por el franquismo. También se dijo que se inscribió libremente para, junto a la Wehrmacht de Hitler, combatir el canallesco comunismo de Stalin en las gélidas estepas rusas, por tal de atraer, como buen macho pelín anarquista, la atención de alguna fémina hispana, que no le hizo ni puñetero caso. No lo sabemos con certeza, aun cuando hemos seguido con atención sus entrevistas públicas al respecto en los medios de comunicación. Es memoria del pasado, memoria histórica que se hace presente en el centenario de su nacimiento. Es y será un creador de arte que nunca muere; no es palabra en el tiempo como la buena literatura: es imagen fílmica en el tiempo como sólo suelen serlo los grandes cineastas. Estoy aludiendo, vecinos del Riu Sec, con una especie de envidia y humilde orgullo, al valenciano e hispano Luis García Berlanga.

Estuvo en la División Azul como lo estuvo Dionisio Ridruejo, el falangista y poeta compositor de algunos versos del Cara al Sol, el propagandista de Franco que quiso atraerse a los vencidos al norte del País Valenciano con octavillas en catalán que no le dejaron repartir. El exdivisionario azul y fascista decepcionado por la deriva clericalo-reaccionaria del franquismo que nada tenía que ver con la prédica social de José Antonio. El Ridruejo perseguido por fanáticos de un signo y el contrario, que falleció demasiado pronto como liberal, socialdemócrata y referente en el tema de la reconciliación de los incívicos fraticidas del 36. Estuvo en la División Azul, cierto, pero a uno, vecinos del Riu Sec, presente en el acto de su sepelio, se le humedecieron los ojos cuando depositaban a Ridruejo en su última morada a finales de un junio de 1975.

El verdugo José Isbert y el aprendiz de verdugo Nino Manfredi y la joven y esbelta Emma Penella no estuvieron en la División Azul. Son los protagonistas de la película de Berlanga más divertida, humana y profunda que se rodó en las anchas Españas. El verdugo, del valenciano Berlanga, no humedece el lacrimal. Desde la primera secuencia origina una sonrisa agria y negra, un humor enraizado en la mejor tradición de Quevedo. Desde el punto de vista temático, todo un alegato contra la inmoral pena de muerte y cuanto rodea y rodeó dicha inmoralidad. Uno tan solo encuentra en la historia del arte cinematográfico dos obras con la misma altura artística, crítica y humorística: la To be or no to be de Lubitsch y El gran dictador de Charles Chaplin, dos feroces y controvertidas condenas del fascismo, del antisemitismo y de dictaduras en general. Aunque estos dos últimos cineastas no estuvieron en la División Azul.

Pero se me olvidaba, vecino. El verdugo de nuestro Berlanga, además de un alegato contra la pena de muerte, es un retrato esperpéntico de las miserias cotidianas del tardofranquismo de los años sesenta del pasado siglo: desde la emigración a Alemania, al poder de clericalismo extendiendo certificados de buena conducta o haciendo distinciones entre ricos y pobres en la iglesia, desde la moral sexual a las recomendaciones para lograr un empleo o la llegada masiva de turistas extranjeros, todo aparece en una película que los censores no acabaron de entender.

Como tampoco acaba ahora mismo de entender Begoña Carrasco la cosa esa histórica de la División Azul. En ruegos y preguntas del último pleno tuvo el atrevimiento de referirse a Berlanga por su participación episódica en la División. Fue el 25 de noviembre pasado y fue una vergüenza y una falta de talento sin límite. Y eso a pesar de que «la programación del talento» es el quinto de los preceptos de su irrisorio decálogo, para lograr la alcaldía de la capital del Riu Sec. Confundió churras con merinas.

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