Querido/a lector/a, estos días he leído varios artículos que, escritos por los periodistas especializados en la crónica parlamentaria del Congreso de los Diputados, denuncian el mal ambiente que se vive en el parlamento español. O dicho de otra forma, hasta los diputados más veteranos y curtidos reconocían que nunca antes había existido una degradación tan profunda de las relaciones personales ni un nivel tan alto de insultos.
Por cierto, si digo verdad, he de reconocer que no debería ser así. Al fin y al cabo, una parte muy importante de los diputados son novatos y, al tener menos experiencia, se supone que deberían mantener una posición más tímida, menos agresiva. Además, como todo el país sabe, los problemas que debemos resolver son tan complejos (covid, crisis económica, desigualdad, cambio del modelo productivo, medio ambiente...) que el interés nacional y la pura lógica reclaman más diálogo y entente que la desgraciada y poco fecunda confrontación política.
De todas formas, y aunque no las comparta ni las justifique, reconozco que existen algunas razones que explican el nivel de insultos y la degradación de las relaciones personales que sufre en el Congreso de Diputados. Digo con ello que, al menos para mí, esa lamentable circunstancia tiene mucho que ver con el hecho de que la derecha política (que siempre se considera la titular exclusiva del poder) esté en la oposición. Incluso la presencia de Vox en la cámara (con su estilo irrespetuoso e involucionista) también ayuda a que el PP se extreme por no perder votos por ese lado. En última instancia, el que Casado sepa que las próximas elecciones generales son la última oportunidad que tiene de ser candidato a la presidencia del gobierno de España por el PP, también es causa de estrés político, de que este hombre impulse más el descrédito y el desgaste del otro que la colaboración.
Analista político
