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Enrique Ballester

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Deportes

Errores humanos

Si a mí me pasa lo del sorteo de la Champions también le habría echado la culpa al ‘software’, al informático o a un becario

El sorteo de octavos de la Champions se repitió.

Equivocarse es fácil. Lo difícil es admitirlo. Si a mí me pasa lo del sorteo de la Champions también le habría echado la culpa al software, al informático y a ser posible a un becario. Es nuestra particular venganza por lo que nos suele ocurrir con los informáticos en el trabajo. El 99% de las veces que tengo un problema con el ordenador y se lo comunico a los de sistemas para que lo arreglen, resulta que el problema era una tontería impresionante, una obviedad, y además se había creado por algún fallo mío, por lo que me siento absolutamente ridículo, un anciano senil y torpe como un pato. Qué menos, a cambio, que echarles la culpa de nuestros errores de vez en cuando, como el lateral que sube la banda, envía el centro fuera del campo y se gira para mirar el césped para hacernos creer que le ha botado mal la pelota, cuando en realidad es simplemente muy malo.

Ahora intento evitar al máximo las consultas a los informáticos, para no parecer tan pavo, y cuando consigo arreglar por mí mismo lo que estaba fallando me siento un auténtico pirata informático, un espía ruso, un joven con porvenir que está al día de la tecnología y lo digital, de los fondos indexados y de los gimnasios. Cuando logro que funcione lo que no funcionaba, a menudo sin saber muy bien qué he tocado, murmuro «JA, JA, soy un hacker», y sacudo el puño para celebrarlo.

Acertar puede ser fácil. Lo difícil de verdad es saber por qué has acertado.

Equivocarse, además, puede ser divertido. Sobre todo si se equivocan otros. Yo a veces estoy en la cama intentando dormir y emprendo un repaso inconsciente por mis grandes fallos futbolísticos, profesionales y amorosos, y en consecuencia ya no consigo dormir durante un buen rato. Es mejor recordar los errores de los otros. De vez en cuando recuerdo la historia viral –y demasiado buena para ser real- de ese niño que escuchó a su padre sentenciar «Knowledge is power, Francis Bacon», y entendió que decía «Knowledge is power, France is bacon». Esta víctima auditiva pasó más de una década sin comprender la expresión, porque claro, ¿qué tiene que ver que el conocimiento sea poder con que Francia sea panceta? Demasiado confuso. Pese a ello, el chaval la usaba de tanto en tanto, intentando descubrir las claves de las sabias palabras de su padre a través de las reacciones de sus interlocutores, pero resultó en vano. Como sonaba igual, la gente se limitaba a asentir. Finalmente, cuando ya había asumido que jamás entendería la relación, un día leyó la frase y a su autor, ¡Francis Bacon!, y de repente todo tuvo sentido. De repente todo estaba claro.

Cuando los equipos lo han intentado todo y no les sale nada -y pienso en el Barça y pienso en el Levante-, existe una tentación clara de culpar al informático becario, que no deja de ser una vía tan válida como cualquier otra para ganar tiempo y asimilar errores humanos. En ocasiones, los equipos se arreglan como los ordenadores -solos- y no cabe más que celebrarlo. En otras, conviene insistir, probar y equivocarse, mirar y mirar hasta que ves lo que ya estaba ahí y no estabas encontrando, la firma de Francis Bacon. De repente, en el fútbol se encadenan un par de momentos reveladores, vira la fortuna y todo cobra sentido. Entonces aparecen ‘los que saben’ y nos explican por qué han acertado. (Casi) siempre en pasado. Todo estaba muy claro.

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