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Pepe Beltrán

OPINIÓN

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Las cuarenta de Pepe Beltrán | Estrategias

Escribo con un día de retraso habida cuenta la importancia de la cita ¿futbolística? del martes en Vila-real, con demasiadas ganas en unos y otros como para pasar desapercibida para mi reconocida subjetividad, que adivina una estrategia preconcebida, una sibilina planificación para alcanzar recónditas metas. Como nada ha obedecido a la improvisación, mi soflama semanal intenta airear el tacticismo de ambos.

De entrada, no me parece de recibo que se rompa la norma y un filial pueda alinear jugadores procedentes de la primera plantilla en vez de hacerlo en el orden inverso, dando oportunidad a los que hagan méritos desde las secciones inferiores, que es lo que se le presupone a estos equipos intermedios. Tampoco voy a entrar en el fácil y demagógico juego de si empezaron o no titulares, o si no dejaban de ser unos chavales frente a un equipo más experimentado.

Simplemente considero que es una perversión de la competición y me reitero en que los filiales deberían militar todos juntos en una o dos divisiones, como de hecho compiten los juveniles, para evitar cambalaches según les convenga.

Reforzado sin necesidad para ese partido se alimenta la animadversión que todo lo relacionado con el Villarreal despierta entre la mayoría de la capital. Y, como la pescadilla que se muerde la cola, en un proceso de acción-reacción sin fin. Acepto, y hasta confieso, la envidia --la mía al menos--, entendida de manera sana, como objeto de lo que te gustaría alcanzar, más allá incluso de compartir --o no-- las formas de conquistarlo. Pero no creo sea el caso. Es odio visceral. Dañino. Peligroso. Pensar que el Villarreal te ha robado protagonismo, e incluso la condición de primer equipo de la provincia, no deja de ser un reconocimiento implícito del fracaso propio frente al fruto de un trabajo y una inversión innegables. 

Sobre esa base, la de los celos shakesperianos, sin sentido incluso, entre la afición albinegra no falta quien fiaba el éxito de toda la temporada a ganar este partido -- ahora ya el de la segunda vuelta-- antes que el ascenso de categoría. En suma, un manifiesto sentimiento de inferioridad que no nos hace ningún favor en tanto que merma nuestra capacidad, el martes y el resto del campeonato, que es lo que de verdad cuenta y no el cúmulo de orgullo mal entendido.

Otrosí, digo, que en cualquier otra parte del planeta fútbol, la cita hubiera sido una fiesta y una ocasión para exhibirse en un escenario y horario mejores, con el consiguiente premio de taquilla. No sólo no fue así, si no que se hurtó a una afición la posibilidad de acompañar a su equipo. Ni que decir tiene que el problema del Villarreal no es económico y su prioridad, colijo, pasaba por evitar conflictos y no soportar insultos en su propia casa, que no sería la primera vez. Aunque no me guste, no tengo más remedio que aceptar la medida por disuasoria, aunque en grado superlativo por las entradas nominales para evitar trapicheos. Al menos no se repitió la triste imagen de hace unos años con seguratas prohibiendo el acceso al campo de niños por vestir una camiseta que consideraban provocadora. Y eso ya no puedo comprenderlo, porque eso es xenófobo y alienta la peor de las rivalidades.

Que el Castellón rechazase las 75 invitaciones ofrecidas o no estuvieran sus capos en el palco, no fue más que un gesto de falsa dignidad, en busca de la aprobación de los propios en vez de remediar tan deterioradas relaciones. Si las mismas fueran fluidas, pongamos por caso, nunca hubiéramos comulgado con la rueda de molino del fichaje del revienta vestuarios de Garrido el año pasado y, quién sabe, se hubiera podido negociar alguna cesión salvadora. Pero parece más fácil, populista incluso, ir de víctima y señalar las faltas del vecino antes que perseguir a quienes de verdad te han hecho más daño, verbigracia los culpables del expolio y la amenaza de quiebra, para lo que nunca es tarde. Amén.

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