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Isabel Olmos

PUNTO Y APARTE

Isabel Olmos

Sí al caldo en la nevera

Cuando mi madre lea este artículo se va a reír porque sabe que lo que cuento es pura verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, señorías. Hubo un momento en el que tomé conciencia y así lo expresé de que podría cenar todas las noches de mi vida caldo de mi madre, con fideos, estrellitas o en consomé. Solo caldo de mi madre. Todas las noches. Y nunca me cansaría.

No era una pionera en la familia en tan estrafalaria ocurrencia: mi tío Carlos se comía dos platos de arroz caldoso para cenar siempre, todas las noches de la semana. En su caso esta elección, que facilitaba sobremanera la vida a mi tía a la hora de pensar el menú, estaba plenamente justificada: se pasaba largas jornadas de trabajo en el campo, a pleno sol o bajo la inclemente lluvia y quería irse a la cama con el estómago caliente, con un mensaje cálido de la vida en su interior que le alejara de su crudeza.

Pero en mi caso es algo así como patológico. Desde que me fui de casa, siempre que he podido me he traído de la de mis padres frascos de cristal con caldo de mi madre que, obviamente, ella había preparado antes. Me los congelaba y luego me los tomaba como quien deleita un manjar caro y altamente inaccesible. Un día recuerdo que pensé: «tengo que saber la receta porque si un día se muere, me colapsaré si no tengo su caldo». Así que la llamé y le expliqué mi inquietud y ella, generosa y entendiendo mis rarezas, me explicó el proceso y me dijo que era tal cual le había trasmitido a ella mi abuela. De madre a hija y de madre a hija. Ahora me lo hago yo y siempre tengo botes y botes en la nevera, pero se lo cojo sin dudar si me ofrece alguno acabado de hacer.

Por eso, soy de Rigoberta Bandini. Muchos entendidos, fans, críticos, sabuts (como decimos aquí en mi tierra, donde abundan por doquier) harán una mueca ahora de suficiencia y dirán «ya ves, menuda tontería», pero para mí, que el caldo de una madre forme parte de una canción escuchada por millones de personas, me parece un homenaje bellísimo a las madres y un gesto de tremenda humildad. Cientos de millones de mujeres, madres o no, están en estos momentos cocinando para otros, con lo que tienen, con lo que se pueden permitir, para que otros se nutran, crezcan, mejoren su salud o simplemente sobrevivan o disfruten.

Sin su madre ustedes no estarían aquí

Así que, miren señores y señoras que se burlan del feminismo, de las mujeres, del trabajo que estas desarrollan en su familia e incluso de sus memorias: sin su madre ustedes no estarían aquí. Eso para empezar. Más allá de teta o biberón, de más o menos caricias, de más o menos atención, cuidados, amor, su madre les entregó --nos ha entregado-- la vida y todo lo que la cantante catalana, tocándose un pecho, reivindica en su canción, incluido el caldo.

Hombres y mujeres de todas clases y condiciones estamos en este momento respirando, soñando y quejándonos porque nuestra madre en algún momento dijo «sí». Voluntariamente o sin quererlo, con más o menos fuerzas, amando a su pareja o solamente aguantándola, o sin ella, sola, con mil dolores, sangrando y empujando, pero dijo «sí» a tenernos.

Por eso, no levanto el brazo exactamente como el Delacroix que cita Bandini en su canción cada vez que saco un tarro de caldo de mi madre de la nevera, pero casi. Ella me pasó un legado ancestral, el sabor de las mujeres de mi familia cocido a fuego lento, con millones de nutrientes, y yo lo tomo todas las noches porque me siento agradecida, viva y muy feliz.

Periodista

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