El Periódico Mediterráneo

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Francesc Michavila

INQUIETUDES DE UN EUROPEO

Francesc Michavila

Un ejército europeo

La discusión sobre la creación de una fuerza armada europea ha sido siempre difícil por los recelos sobre sus posibles usos

Debo proclamar ante todo mi pacifismo, como punto de partida de la reflexión que sigue. De joven, la entrada de España en la OTAN me dolió profundamente y una de mis lecturas predilectas de aquel tiempo era Sobre la paz perpetua, el libro que escribió Immanuel Kant en 1795. En esa bella obra, el filósofo prusiano proponía un pacto entre los pueblos europeos para acabar con las guerras mediante la constitución de una federación de paz --una idea que se correspondía entonces con mi incipiente deseo federalista para Europa y el espanto que siento ante cualquier violencia física o verbal--, y afirmaba que «los ejércitos permanentes deberán desaparecer por completo con el tiempo». No cabe duda que la imagen del ejército en España hace cuarenta años nada tiene que ver con la actual y su ejemplar servicio cívico de permanente ayuda a los ciudadanos en dificultades, sea por causas sanitarias o emergencias originadas por catástrofes naturales.

La construcción de la actual Unión Europea nació esencialmente de la voluntad de evitar un nuevo conflicto entre alemanes y franceses, unas guerras que durante casi doscientos años habían asolado el continente europeo. El pacifismo marcó a muchos de los principales pensadores europeos de aquella hora. Víctor Hugo pronunció la conferencia inaugural del Congrès de la Paix, celebrado en París en 1849, y con su encendido verbo de extraordinario orador anunció que «llegará un día en que no haya más campos de batalla que los mercados que se abran al comercio y los espíritus que se abran a las ideas». En el mismo sentido, la austríaca Berta von Suttner, nacida en Praga, se convirtió en líder del pacifismo en el mundo germánico de finales del XIX y principios del XX. Premio Nobel en 1905, su novela ¡Abajo las armas! constituye un alegato grandioso contra la guerra, escrito desde la óptica feminista de la protagonista, Martha, que se opone a la visión de su padre, con una demoledora acusación al militarismo.

El verano pasado, la desastrosa y caótica retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán no tuvo en consideración la oposición de la Unión Europea y devolvió al debate político la impotencia europea, cuando no un sentimiento de insignificancia, por no disponer de capacidad autónoma de defensa, y estar condicionada a la voluntad americana y las decisiones de la OTAN, poco partícipes de los deseos de Europa, condenada así a un mero seguidismo suyo.

Los estadounidenses prefieren ahora las estrategias bilaterales, por ejemplo, con China, en contraposición al multilateralismo defendido por los europeos. El responsable de la diplomacia europea, Josep Borrell, dijo poco después del final catastrófico de la intervención en tierras afganas que había puesto en evidencia nuestras propias deficiencias y que «si no queremos depender de los otros, tenemos que desarrollar nuestras propias capacidades». Una idea en la que insistió semanas más tarde la presidenta Ursula von der Leyen, en el Debate del Estado de la Unión: «Necesitamos la Unión Europea de la Defensa». En 2018 ya lo había apuntado Angela Merkel, cuando se sumó a la propuesta del presidente francés de crear un ejército europeo para la defensa real del continente, sugerencia que provocó el furibundo rechazo de Donald Trump, cuyo desprecio por Europa nunca disimuló.

Si se suman, además, los recientes conflictos que están surgiendo en los países fronterizos de la Unión, la posibilidad de un ejército europeo se ha puesto nuevamente de actualidad. La seguridad de Europa no puede depender indefinidamente de las decisiones que otros tomen. ¿Es factible avanzar en ese deseo de autonomía? Así lo afirma el Tratado de Lisboa, suscrito en 2007, y la revisión que conllevó del Tratado de la Unión Europea en 2009, cuyo artículo 42 prevé una Política común de defensa de la Unión Europea.

Sin embargo, la discusión sobre la creación de una fuerza armada europea ha sido siempre difícil, por los recelos que surgen sobre sus posibles usos y por las reservas mostradas por una OTAN sumisa a los norteamericanos. El ejército de los europeos, como Emmanuel Macron gusta denominarla, ha de ser una fuerza defensiva que, junto a su papel garante de la autonomía estratégica de Europa, sirva para preservar los valores europeos y proteger la libertad democrática y la paz. La seguridad en las fronteras, donde la Unión ha pasado en los últimos años por momentos delicados, y la participación en misiones internacionales de seguridad son otras tareas que justifican su existencia. Unidas a su componente de ayuda humanitaria, de socorro ante los desastres naturales o emergencias sanitarias y de solidaridad con zonas necesitadas en cualquier parte del planeta donde se requiera. En ningún caso, el ejército europeo tendría el mismo sentido que los ejércitos tradicionales.

La implantación de semejante modelo de ejército no será nada fácil. El primer obstáculo se halla en que las competencias de seguridad y defensa pertenecen a los Estados miembros, según establece el propio Tratado de la Unión Europea; para crear un ejército común será necesario el voto unánime de los países miembros. Por ahora no hay una posición común en el tema. Entre los Estados que apoyan su creación están Francia, Alemania, España e Italia, mientras que otros la consideran una amenaza a su soberanía, o una fuente de conflictos no deseados con la todopoderosa OTAN. El hecho de que los cuatro países de mayor peso de la UE apoyen la iniciativa ayudará a que cristalice, aunque requiera más maduración.

La idea se halla en estado embrionario, pero diversas encuestas de opinión muestran que los ciudadanos europeos y españoles apoyan esta iniciativa. En un Eurobarómetro, publicado a finales de 2018, el 75% de los europeos estaban a favor de una política común de seguridad y defensa; un valor que, en 2019, tras el Brexit, aumentó hasta el 78%. Las cifras correspondientes a España en esa encuesta eran, incluso, mayores: 78% y 84%, respectivamente.

La actual tensión en Ucrania muestra como los Estados Unidos imponen nuevamente su voluntad por encima de los intereses europeos. El presidente norteamericano pretende cambiar su débil imagen interna con una acción enérgica en Europa para frenar al autoritario y amenazante Putin, sin tener en cuenta la opinión de los europeos. Una prueba más de la conveniencia de que Europa disponga de capacidad autónoma de defensa.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I

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