Este febrero las noticias sobre agresiones de menores en diferentes contextos, como son los familiares, sociales y educativos, han cubierto las portadas de la prensa. Puede ser casualidad o, por otro lado, causalidad, pero cierto es que la pandemia ha impactado considerablemente sobre la salud mental de los más jóvenes. El cierre de los centros educativos y el confinamiento domiciliario prolongado ha supuesto cambios importantes en las rutinas, hábitos de vida, relaciones sociales que, unidos a otros factores estresantes intrínsecos al contexto familiar han podido favorecer a empeorar la salud mental de muchos jóvenes.
Con esta reflexión tal vez desee buscar una explicación al aumento de la violencia, explicación que no siempre se encuentra en la cordura. Pero la realidad es que el número de violencia en la calle ha aumentado y la ejercida en las escuelas no cesa ni en pandemia. Estos datos evidencian que el sistema está fallando, sobre todo el educativo como agente activo de transformación social que debería ser.
La comunidad educativa se ha dado cuenta de la importancia de formar en educación emocional como método de detección y prevención de conductas hostiles. Lamentablemente, esta formación no se contempla en la nueva ley estatal, ni se menciona como competencia, pero si queremos avanzar como especie, la competencia emocional debería estar integrada en el ADN del currículum.
Desde Ciudadanos solicitamos que se considere la formación en educación emocional, para que el alumnado disponga de las herramientas necesarias para ser más fuerte emocionalmente, y pueda controlar mejor sus emociones en los momentos complicados de la vida, que sin duda no serán pocos. Está demostrado que saber controlar las emociones en momentos adversos y tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro contribuye a reducir la violencia, mejora la convivencia en las aulas y disminuye los problemas mentales. Por lo tanto, más educación emocional y menos Prozac.
*Diputada de Cs en Les Corts
