Aunque no lo parezca, el presidente del Castellón ha encontrado un inesperado aliado en la renovación de su entrenador para que dejen --el que suscribe, mayormente-- de atosigarle por la falta de soluciones a la quiebra en que tiene sumida la sociedad anónima. Ha sido anunciar la prórroga del contrato de Sergi Escobar y olvidarse los aficionados más activos en internet del único cáncer que nos acecha, esto es la realidad mercantil y la causa de disolución. Pero tampoco creo que haya sido fruto de una sesuda estrategia de distracción de las masas, y dudo de que la medida sirva para absolverle de sus pecados de gestión económica y judicial, que tanto monta.

Barrunto que Vicente Montesinos está trabajando su salida del club y, mientras se concretan los detalles, que no serán pocos ni menos escabrosos, ha decidido regalar la continuidad a su amigo, el técnico. Y se armó la marimorena, el belén y la de san Quintín juntas, que ya es decir. Nada que objetar a que cada uno de los 12.000 abonados gasten su tiempo en poner a parir a Escobar en las incontenibles redes sociales o en la barra del bar, porque la grandeza del fútbol radica en la variedad de opiniones --con los límites de la educación-- y en la riqueza de los argumentos. Como tampoco negaré que pueda suscribir la mayoría de los mismos, sin menoscabo de la prioridad que llevo meses denunciando de la ausencia de plantilla para aspirar a un ascenso que se planteó como único remedio frente al caos financiero, en otra muestra del veleidoso modo de solvencia vigente.

El problema ya no es ni siquiera ese desvío interesado de las críticas para convertir al entrenador en responsable temporal. La gravedad no radica en la lícita espontaneidad y vehemencia del cabreo, si no en el origen de esa controversia. La guerra cainita y desalmada se originó en el seno de Castalia, donde también adivinan el abandono presidencial y, a codazos, se posicionan para conservar sus respectivas bicocas. El enfrentamiento entre Jordi Bruixola y el resto de cargos deviene tan brutal como sangrante. El poderoso ejecutivo valenciano se siente fuerte en la medida en que Montesinos le necesita para asegurar una venta en cuyas negociaciones han fracasado los recaderos enviados por el presidente. Los posibles compradores ni siquiera han aceptado sentarse con segundones. Bruixola se aprovecha del nulo caché del consejo y se reivindica de nuevo tras haber dado un obligado pero disimulado paso a un lado, cuando le pasó factura --insuficiente-- su veto a Oltra y el fichaje de su recomendado Garrido.

Sabedor de los siempre oscuros movimientos del director general, Montesinos ha querido protagonizar un último gesto de mando y, avalado por la opinión de Àngel Dealbert, ha adelantado el anuncio de una renovación que tenía decidida. Incluso siendo consciente de la inoportunidad del momento y de la virulencia con la que la grada reaccionaría, y más tras el ¿inesperado? fiasco de Tarragona. Ya dejé escrito que la paz social acabaría cuando los marcadores no acompañasen, y ahora somos undécimos con cuatro partidos seguidos sin marcar. La crisis no solo es el reflejo de la desafección resultadista, la de la afición, porque desde dentro del propio club empiezan a socavar las estructuras.

La renovación de Escobar, como la promoción de entradas contra el Albacete, son excusas profilácticas con las que despistarnos. Un insondable abismo se abrirá a medida que el mundo compruebe la ausencia de recursos de Montesinos, testando una envenenada herencia de desestabilización interna para quien se atreva a pagar por unas acciones sin valor y una maraña judicial.