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Paco Mariscal

AL CONTRATAQUE

Paco Mariscal

Perdona a tu pueblo, Señor

Nuestras madres y abuelas devotas le daban un sentido y valor religioso a la conmemoración anual de la Pasión del Hijo del humilde carpintero de Nazaret. Vecinos y allegados de Castelló del Riu Sec, abuelas y madres que nos precedieron se preparaban para la Semana Santa durante una larga Cuaresma con Viacrucis semanal. A paso lento entre estación y estación de ese Viacrucis, nuestras damas, enlutadas y entradas en años, cantaban como podían una linda salmodia de la liturgia penitencial: Perdona a tu pueblo, Señor. Y en el texto de la canción se explicitaban las razones por las cuales el Mesías debía perdonar a la plebe: por las espinas que le punzaron, por tres horas de agonía, por sus profundas llagas crueles, por los tres clavos que le clavaron, es decir, la Pasión del Nazareno.

La semana grande que comienza con el Domingo de Ramos la seguían con recogimiento: acudían con su ramito de olivo a misa el primer día; acudían a la celebración del Jueves Santo, cuando los curas lavaban en señal de humildad los pies de algunos parroquianos; acudían a los Oficios de Tinieblas del Viernes Santo cuando se apagaban cirios y la oscuridad y el estruendo de matracas recordaban la muerte del Crucificado; y acudían a la procesión del entierro, a la misa de Resurrección y al Encuentro callejero de Jesús y su Madre María. La piedad invadía nuestros pueblos y aldeas en el País Valenciano y en el resto de tierras hispanas. Y eso sucedía desde siglos antes y décadas después de la incivil Guerra del 1936 y del golpe de estado con que se inició, propiciado, entre otros motivos, por un anticlericalismo descalabazado y un nacionalcatolicismo todavía más descalabazado. Es historia, lamentable, pero historia de la que las generaciones actuales no son responsables, porque responsables somos únicamente de la interpretación de esa historia. Y responsables somos también de cómo interpretamos la Semana Santa y sus procesiones.

Costumbre religiosa ancestral

Porque las procesiones constituyen un elemento inherente a la Semana Santa de los hispanos. Una costumbre religiosa ancestral que nos aportó renombre más allá de los límites de la Península Ibérica. Para muestra basta un botón. Algunos de ustedes, vecinos, habrán sido lectores de las historietas cómicas, cargadas de parodia, del galo Astérix, el divertido personaje creado por el guionista Goscinny y el dibujante Uderzo. Historietas que se han publicado en un centenar largo de lenguas del mundo, incluido el latín y el valenciano-catalano-balear. Una de ellas, Astérix en Hispania, se localiza en la Península, con el arrogante Pepe como coprotagonista junto al héroe galo. Por todas y cada una de la ciudades hispanas por donde pasan los protagonistas del tebeo tropiezan estos con un sinfín de procesiones encabezadas por druidas iberos o carpetovetónicos: amable y respetuosa referencia a las ancestrales costumbres de Semana Santa por estos pagos.

Claro que, vecinos, bien entrados ya en el siglo XXI, cuesta un tanto entender la multiplicación hasta el infinito y por doquiera que ustedes vayan, de tambores, capirotes y cirios. Una multiplicación que viene a ser a un tiempo una paradoja contemporánea: nos indican las estadísticas y los sociólogos que cada día hay menos creyentes –los matrimonios civiles parece ser que ya superan a los religiosos– y muchísimas más procesiones en Semana Santa. Algo no cuadra con las semanas santas de nuestras madres y abuelas. Cuadrará quizás con la economía, el turismo, los hoteles, las casas rurales y las playas. Pero poco o nada tiene que ver con el Perdona a tu pueblo, Señor de nuestras respetadas y piadosas ancianas.

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