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Enrique Ballester

Barraca y tangana

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Deportes

Siempre en el alambre

¿Cuántos goles de margen se necesitan para dar por cerrada una eliminatoria entre gigantes? No existen los suficientes

No sé si esto me convierte en una mala persona, pero disfruto mucho cuando ‘los que saben’ ven un partido de fútbol y dicen que lo ocurrido no tiene explicación, que no le encuentran el sentido al resultado, que no entienden apenas nada. Esto pasa a menudo con los partidos de fútbol más memorables, los que de verdad dejan en el cerebro una huella palpable. Suelen ser duelos cambiantes, extraños, enigmáticos y trepidantes. Suele ser así, por muchos siglos que pasen: que lo sucedido no se pueda explicar cruzando datos y pintando líneas en una pizarra y que se acumulen los giros de guion más inverosímiles significa que el partido ha sido de los que elevan el fútbol a la categoría de experiencia grande.

Diría que toda esta invasión de la estadística avanzada, los números y los porcentajes está potenciando una generación de aficionados, o una parcela de ellos, que se aproxima al fútbol con un convencido aire racional y científico, que busca causas y consecuencias lógicas a cualquier lance. De algún modo me parece hasta entrañable. Siento a la vez ternura y temor. Ternura por ellos cuando en el partido todo salta por los aires. Temor por si en el fondo tienen razón y un día son capaces de predecir todas las variables. Espero que no, que Don Fútbol nos salve, y que el factor de la emoción siga siendo, en este deporte contranatural e imposible que se juega con los pies, una pieza tan importante.

De momento queda a lo que aferrarse. Me parece sanísimo que existan futbolistas como Karim Benzema, llegado desde otra época y no sé si de otro planeta, que se mueve por el césped como un agente infiltrado para sabotear a las máquinas y sus predicciones, lustrando con encanto artesanal el viejo fútbol de siempre. Me parece sanísimo que aún existan fuera de lupa elementos indetectables, y que la dimensión del ánimo no quepa en las tablas de los ordenadores. Me parece la esencia del fútbol, la que le diferencia de otros deportes, y por favor que no nos la roben: el factor humano, la intuición y lo intangible, los errores, el aleteo del momento que destroza las mejores mentes y provoca el desplome inesperado de equipos que solo un minuto antes parecían catedrales.

Lo que va a pasar, lo que después pase. Nadie lo sabe. Tiene algo de gracia que la Champions, la competición más moderna y lujosa, sea a la vez la que guarde las llaves. ¿Cuántos goles de margen se necesitan para dar por cerrada una eliminatoria entre gigantes? Diría que no existen en el mundo los suficientes.

Cuando era niño --y perdonen por el cambio de rasante-, pensaba bastante en la muerte. La veía más cercana que ahora, que soy casi viejo, pero ese es un tema aparte. Cuando era niño y pensaba en la muerte, quiero decir, me animaba con argumentos del tipo ‘aún se tiene que morir mi bisabuela antes que yo, y luego mis abuelos y luego mis padres’. Veía ahí que aún conservaba cierto margen. Tenía tres goles de ventaja y muy mal se tenían que dar las cosas para que me remontaran antes, pero ahora ya solo quedan mis padres, y estoy acercándome al límite de manera preocupante. Lo que piensas al envejecer, los niños no lo saben. Ahora pienso qué sentiré cuando solo quede yo en la escala mortal, sin padres. Quizá sea como un partido de vuelta en el minuto 70, algo así, la vida como la Champions: jugar siempre en el alambre.  

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