Creo que fue Paco García Hernández quien acuñó el término con el que titulo mi desahogo semanal. Hacía alusión así a todo aquello que rodeaba al CD Castellón y su maligna influencia en el devenir deportivo, pero sin dejar por ello de asumir una responsabilidad unívoca en fichajes, planteamientos, alineaciones y motivación. Oséase que, aun señalando aquella, tampoco la aceptaba como excusa. Sin embargo, se vio engullido por esa misma vorágine hasta en dos ocasiones y nos privaron de uno de los técnicos más cualificados cuyo trabajo y trato personal me encandilaron.

Ese entorno maldito no dejaba de ser un eufemismo con el que hacer mención a la prensa, y en lo que por supuesto discrepaba abiertamente con el técnico madrileño. Entre otras cosas, porque tampoco se trata de una singularidad nuestra, si no una realidad universal. El periodista señala aquellas deficiencias a corregir, la inmensa mayoría ajenas al aficionado, de ahí su destacado papel, multiplicado con los fakes que caracterizan las redes sociales. La crítica es una obligación, porque lo contrario sería proselitismo; y no se debe interpretar la denuncia de otra manera, aunque reconozco que en los tiempos en los que surgió la controversia, se mezclaban intereses personales que incluso desembocaron en una crisis en el vestuario que precipitó el descenso a Segunda División, pero el pecado original fue la desconfianza de la plantilla hacia Luiche por sus filtraciones y no el mensajero que las destapó. Mas esa es otra historia que seguro tampoco aparecerá en el libro que el club quiere editar con motivo del Centenario. 

El caso que nos ocupa no es tan distinto de aquel punto de inflexión tan negativo que todavía pasa factura. El entrenador carga contra los molinos de viento de la conspiración arbitral y el presidente ¿propietario? no se levanta del diván del psiquiatra acosado por el bullying al que le somete nuestro empeño por recordar la situación de quiebra técnica, la anulación de ampliación de capital, la indefinición jurídica y ese totum revolutum en el que vive instalada la SAD. No me atreveré a decir que Vicente Montesinos sea el culpable único y mucho menos el causante de todos esos agujeros negros que nos absorben sin remisión. Pero queda de manifiesto que no ha aportado ninguna solución.

Después de tantas y tantas jornadas, la competición liguera te deja donde mereces más allá de detalles puntuales. Ya dejé escrito hace meses, cuando la clasificación decía lo contrario, que las aspiraciones estaban sobredimensionadas y que el equipo rendía por encima de sus posibilidades. La realidad acaba imponiéndose tozuda. No hay para más y el futuro tampoco se presume mejor por la imposibilidad de dotar económicamente a Fernando Gómez Colomer para aprovechar su valía y sus contactos.

Ni siquiera es posible fiarlo todo a la cantera, habida cuenta el trato dispensado hasta ahora al fútbol base. Uno no puede pretender lucir la medalla del ascenso del juvenil a División de Honor o la permanencia del filial en Tercera RFEF, y hacerlo gratis. O peor, con deudas a los únicos protagonistas de ambas gestas. Y ya lo avisé: en el momento en que se pierda toda opción de ascenso, se conocerán nuevos y graves problemas de tesorería. Los accionistas de ninguna mercantil que se precie jamás hubieran mantenido en el cargo a un director general, o como quiera autonombrase, que les presente un presupuesto con un millón de euros de déficit antes de empezar el curso... y lo que acabará saliendo. Porque ni siquiera se ha devuelto el dinero de los abonos que el año pasado solicitaron recuperar el importe de la campaña perdida por el covid. 

Falla la gestión y faltan recursos. Y eso no es obra de un entorno adverso: eso es fruto de la incompetencia.