Opinión | AL CONTRATAQUE

La tinta del calamar (y II)

Boca tienen, avlar no saben», así reza o rezaba un viejo aforismo en ladino, que era la lengua utilizada por los hebreos sefardíes en sus rituales religiosos en las sinagogas. La frase proverbial llega que ni pintada para enmarcar las perversas generalizaciones, casi siempre cargadas de prejuicios: todos los sureños son gandules y los germanos cabezas cuadradas, unas veces; y otras, los extranjeros sacan tajada de nuestras prestaciones sociales o todos los políticos son corruptos. La sinrazón de dichas aseveraciones, que se oyen con excesiva frecuencia, es obvia, amigos y vecinos de Castelló del Riu Sec. Aunque evidente viene a ser también que haya algún gandul por donde el Sur; algún empecinado cuadrado de mollera a orillas del Elba; algún nacido más allá de las fronteras hispanas que sea un pícaro, y algunos casos de corrupción en el ámbito de la política, cuya existencia resulta lamentable e innecesaria. A guisa de ejemplo, en centenares de municipios gobernados por el PP se adquirieron mascarillas como mejor pudieron durante la pandemia, quizás con errores, pero sin irregularidad alguna. La irregularidad vergonzosa y puntual estuvo en Madrid con los comisionistas de lujo millonarios Luis Medina y Alberto Luceño.

Y fueron estos dos galanes de las mascarillas quienes empujaron a uno a buscar en el archivo de la memoria, y en el viejo cuaderno de anotaciones, la figura de un anciano ejemplar en política. Un ciudadano con mucha entereza cívica del que uno aprendió bastante en torno a los casos de corrupción durante una corta conversación.

Corría el enero de 1995, y las huestes de Felipe González habían colocado como presidente del PSOE al nonagenario enjuto, elegante y de mente clara. La presidencia del PSOE es más bien un cargo honorífico y de representación donde suelen acabar militantes con trayectoria significativa. Aquella tarde de enero del 95, el presidente del PSOE aterrizó en Onda, junto al Raval del Castell en la laboriosa ciudad del Riu de Sonella. Llegó para homenajear a los también nonagenarios Cerdà, Castelló y García. Nobles figuras ya desaparecidas que, mucho antes de la incivil contienda del 36, constituyeron la agrupación socialista local. Aquello fue un arrabal de años y recuerdos de veteranos en compañía de sangre nueva como la del entonces alcalde Navarro, Enriquito para los ancianos.

Una lección magistral

Con el presidente del PSOE departimos luego una serie de cuarentones, emparentados con las canas nonagenarias, sobre temas de actualidad, como entonces lo eran algunos casos concretos y significativos de suciedad en el mismo PSOE. El viejo presidente vasco nos habló de los garbanzos negros que se debían de apartar; nos habló de que no debíamos de generalizar; aludió a la falta de crítica y ética durante muchos años en la sociedad hispana; una carencia que suponía un lastre en el ámbito de lo público; aludió a gentes que se venden por un plato de lentejas y alguna calderilla más; aludió a una cierta atonía hacia la política que el veía entre los jóvenes trabajadores. Una lección magistral.

Aquel veterano militante del PSOE, de cuyo nombre sí quiero acordarme, fue en su juventud una figura relevante en el movimiento obrero hispano. Soldado en el bando republicano perdedor. Condenado primero a muerte y luego a 30 años de cárcel. Varias veces encarcelado durante la larga noche de piedra del franquismo. Trabajó en el taller como tornero. Dialogante y pacífico fue durante la transición presidente preautonómico del gobierno vasco. Se fue para siempre en 1999 y se llamaba Ramon Rubial. Fue el anciano Rubial quien comentó aquello de la tinta del calamar, para confundir, que esparcen algunos corruptos si se ven descubiertos.

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