Opinión | AL CONTRATAQUE
Oxidación
Vecinos de los naranjos y del Riu Sec, sin trabajo previo y estudio minucioso y razonable de la situación, sin alternativa se montó un tiberio que enervó, una vez más, a nuestros maltratados agricultores: el tema ese de la quema de los restos de ramas de poda, o crema de la remulla como siempre se dijo en la Plana. No tenían bastante los últimos meses con el dañino cotonet o algodoncillo sudafricano, que ya combaten con paciencia y diligencia, con medios minuciosos biológicos que en nada perjudican la naturaleza. No tenían bastante con los bajísimos precios con que se les paga el fruto de su sudor y preocupaciones; precios que trazan una interrogante en torno al futuro de nuestros labradores. No, vecinos, no parece que tuvieran bastante. Faltaba la improvisación y el desaguisado, la amenaza de multas si quemaban los restos de poda como hicieron sus antepasados cuando los esturiones se bañaban en el Riu Sec por donde la Quadra del Borriolenc. Basta para darse cuenta de todo ello en parar mientes en las sensatas declaraciones públicas del equilibrado secretario general de la Unió de Llauradors, Carles Peris, estos días atrás.
Pero deslicémonos por entre la retama con pasos lentos y claros. Las llamas que devoran las ramas cortadas necesitan durante la combustión un 16% de oxígeno que se encuentra en el aire que respiramos; el fuego no solo consume oxígeno, sino que genera a un tiempo calor, gases, humos y ascuas. Por eso las autoridades europeas, y dadas las veleidades del cambio climático, prohibieron la quema de residuos, incluidos los de poda. Acertado, pero se olvidaron en este caso de la cantidad inmensa de oxígeno que genera el verde de los naranjos, esos árboles que rodean masivamente los pueblos y ciudades en las llanuras costeras del País Valenciano.
Nuestros agricultores
No bastan, pues, las grandes palabras que en ocasiones resultan huecas, en boca, por ejemplo, de la munícipe principal de Castelló. Sostenibilidad, Europa, reducción de gases perniciosos, tienen sentido cuando se parte de la normativa de Bruselas y se estudia su aplicación, con seriedad y mucho trabajo en este rincón mediterráneo. Buena gestión del tema, que nada tiene que ver con el antieuropeísmo de la derecha más extrema. No bastan tampoco, las improvisaciones que irritan a los afectados, que al fin y al cabo somos todos, porque hablamos del sector primario, de nuestros agricultores. Y hay alternativas al fuego, cuya introducción necesita su tiempo: triturar la poda, que una vez triturada acaricia como abono el suelo donde se deposita. Claro como una lámpara y simple como un anillo. Y se necesitan esos grandes camiones con equipo triturador que puedan circular por nuestros caminos agrícolas y que permitirían a la mayoría de nuestros labradores ahorrar tiempo y dinero. Y se necesitan hacer excepciones donde la máquina no pudiese entrar, puesto que de todos es conocida la estructura de la propiedad agrícola en las tierras valencianas. Y se necesita que la gestión de tales tareas no recaiga en el alcalde o alcaldesa de turno, sino más bien en las organizaciones agrarias. Y se necesita que los gastos no recaigan en los agricultores sino en todos los contribuyentes, porque todos nos beneficiamos de un aire limpio frente a la oxidación. Y por último se necesita el recuerdo de aquel amante de la naturaleza, los campos y la caza que se llamaba Miguel Delibes. El narrador vallisoletano que ya hace muchos años nos dio a conocer lo que era el abandono del campo el cuidado del entorno y el sentido común. En su novela Las ratas, el Viejo Centenario le indica al Nini, el protagonista infantil de la narración: «Mira, Nini, podar no es cortar sarmientos». Y aplicar los cambios, cuya base es la normativa europea no significa favorecer el malestar y la desazón.
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