El Periódico Mediterráneo

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Francesc Michavila

INQUIETUDES DE UN EUROPEO

Francesc Michavila

El Himno de los europeos

Que la ‘Oda a la Alegría’ se haya adoptado como el ‘Himno de Europa’ es una prueba de esperanza en el sueño unificador

El 29 de mayo de 1985 se interpretó públicamente por primera vez el Himno de la Unión Europea (entonces su denominación aún era Comunidad Económica Europea). Se concluía así un largo proceso de identificación del nuevo proyecto político europeo con una composición musical: mediante la adopción como tal de la Oda a la Alegría, la parte coral del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, donde inmortaliza el poema de Friedrich Schiller.

La iniciativa había arrancado mucho antes, a principios de 1971, cuando la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa propuso que esa excelsa obra del genio de Bonn fuese elegida como el himno de Europa. Al año siguiente, el Consejo de Europa (del que tuve recientemente el inmenso honor de ser consejero de Educación en representación de España) hizo de la Oda a la Alegría el himno de Europa, una música con la que identificar a los europeos y los valores que sustentaban su convivencia. Finalmente, en un Consejo Europeo celebrado en Milán en mayo de 1985 se tomó la decisión de convertirlo en el Himno de la Unión Europea.

Muy pocos grandes personajes de la Historia pueden coincidir tanto como Beethoven con los principios que han fundado durante las dos últimas centurias la voluntad política de unificación de los pueblos europeos. El excelso genio creador de Beethoven excede los límites de ser un músico romántico, o de la corriente clasicista, y representa una figura esencial para entender el alma europea, que se puede identificar con su sentir, su espíritu creador y su pensamiento social y político. Beethoven es un entusiasta ferviente de la Revolución Francesa, que hunde sus raíces en la Ilustración y la Enciclopedia, pero no duda en abandonar su admiración por la figura de Napoleón cuando se proclama emperador y se aleja de sus comienzos como gobernante popular. Beethoven cambia su idea original de denominar a su Tercera Sinfonía con el nombre del corso y lo reemplaza por La Eroica, así escrito en italiano, según costumbre de la época, aunque recuerde la grandeza que otrora le había deslumbrado y aluda en la dedicatoria a il sovvenire d’un grand’uomo.

Schiller era once años mayor que Beethoven y murió joven, en 1805, el mismo año que Beethoven estrenaba Fidelio. Ocurrió un 9 de mayo, el día del año que sería declarado, por ser la fecha de la histórica declaración de Robert Schumann en 1950, el Día de Europa, como si un destino romántico vinculase su obra con la Europa contemporánea. No me consta su amistad, pero sí el entusiasmo que desde joven sintió Beethoven por la obra de Schiller. También coincidieron en la simpatía por los acontecimientos revolucionarios de París. Incluso, Friedrich Schiller fue nombrado Ciudadano de Honor por el gobierno jacobino en 1792, a la vez que el educador suizo Heinrich Pestalozzi.

Quizás una de las anécdotas que se cuentan de Beethoven que mejor definen su carácter y sus convicciones tuvo lugar el 19 de julio de 1812 en el Balneario de Teplice, cerca de Praga, entonces bajo el dominio imperial austríaco, donde había acudido a descansar el gran músico. Goethe acudió a visitarle y emprendieron una caminata por los jardines. La literatura y la música del brazo.

En pleno paseo, Beethoven y Goethe vieron venir hacia ellos a la emperatriz María Luisa y parte de su familia. Sobre lo ocurrido en ese encuentro hay diferentes versiones, unas niegan que existiera y otras son minuciosas en los detalles. El Premio Nobel de Literatura francés Romain Rolland aporta la más interesante. Según esta, al llegar a su altura María Luisa y sus acompañantes, Goethe se echó a un lado e hizo una reverencia a la realeza, mientras que Beethoven ajustó su sombrero, agachó la cabeza y siguió adelante sin apartarse. Pasado el cortejo, al reunirse nuevamente, Goethe criticó el comportamiento de su amigo Beethoven. Unas palabras a las que el autor de la mejor música de todos los tiempos respondió --según la escritora romántica Bettina von Brentano, presente en el balneario-- que «¡ellos deben hacernos lugar, ¡nosotros no!». Y explicó al literato su razón: «Mi querido Wolfgang: lo que ellos son, lo son por el azar y el linaje; lo que yo soy, lo soy por mi talento y mi esfuerzo». La rebeldía del genio emergía, su distancia con los poderosos y su proximidad con la causa de los humildes. La fraternidad universal, en suma, que Beethoven hace suya como nadie, y que es una piedra angular del pensamiento europeísta.

Que la Oda a la Alegría se haya adoptado como el Himno de Europa es una prueba indudable de optimismo, de esperanza en que el sueño unificador se alcanzará más temprano que tarde. Otras obras cumbres de la música podían ser dignas también de tal reconocimiento, aunque ninguna contenga un mensaje tan alentador. Tal vez Giuseppe Verdi sea el autor de una de las destacadas: el coro Va, pensiero, que canta el famoso verso Oh mia patria sì bella e perduta!, del tercer acto de su famosísima ópera Nabucco, estrenada en Milán en 1842. El músico italiano compartía con el alemán las inquietudes sociales. En 1848, un año de fuerte simbolismo porque entonces la Europa de los humildes despertó y alzó la voz, Verdi vivía en París; enterado de que una sublevación de sus compatriotas había expulsado a los invasores austríacos, regresó a Milán para unirse a ellos. Los italianos hicieron de la expresión «Viva VERDI» un grito libertador.

También podía haberse elegido como himno el poema sinfónico El Moldava de Smetena, segundo de los seis poemas sinfónicos que constituyen su obra Mi Patria. Su autor era sordo cuando la compuso, como Beethoven con la Novena Sinfonía, y en el mágico 1848 se sintió atraído por los mismos ideales que Verdi. El inmenso amor que muestra El Moldava refleja una visión dolorida de su patria, que nada tiene que ver con el nacionalismo excluyente que azota nuestro tiempo.

No se limitan a las anteriores, las bellas y emocionantes composiciones que podían asumir esa noble misión de representarnos a todos los europeos. Baste con recordar, por ejemplo, que en el Diecinueve fue La Marsellesa el himno de las multitudes cuando desfilaban por las calles de las ciudades europeas.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I

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