El Periódico Mediterráneo

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Pere Cervantes

Al contrataque

Pere Cervantes

A ojo de ‘mal’ cubero

Puede que un mundo sin prisas sea hoy una utopía pero permítanme que fantasee con ello

La semana pasada nos sacudió bien el calor. A los humanos, culpables de este desaguisado, a las crías de vencejos que se precipitaban desesperadas desde sus nidos, a los bosques secos, a un tris de su aniquilación, y a todo ser vivo que se meneara. Ya lo tenemos aquí. Furioso y persistente. Cabreado me atrevería a decir. El cambio climático que en los años ochentas era percibido como superchería barata de cuatro locos que auguraban malos tiempos para el planeta, es ya una realidad tristemente consolidada que avanza a paso firme. No soy científico ni barajo datos certeros. Lo que digo e intuyo lo hago a ojo de mal cubero. Pero por motivos literarios llevo más de catorce días viajando por España, surcando esa ola de calor que ha alcanzado sin excepción a todas las ciudades que he visitado, fueran estas mediterráneas, del centro o bucólicos rincones norteños que no escaparon de la arrogancia solar.

En una de esa ciudades ubicadas allí donde los veranos se han catalogado hasta la fecha de suaves y donde nunca ha sobrado una chaquetilla al caer la tarde, llegamos a alcanzar los treinta y siete grados al mediodía. Hordas de gente recorrían las calles principales en busca de un objeto deseado. Los más afortunados paseaban sonrientes sosteniendo la caja bajo su brazo, exhibiendo frente a los demás el haber sido uno de los elegidos para afrontar la noche que se venía encima. Les estoy hablando de los ventiladores. Habituales en muchas poblaciones españolas pero carentes de demanda hasta la fecha en el norte de España. “Siempre hay quien sale ganando en cualquier crisis”, me dije pensando en los fabricantes de tales electrodomésticos. Para a continuación pensar en cómo reaccionamos en el llamado mundo desarrollado frente a la condena –ya veremos si susceptible de recurso– del llamado cambio climático. Que hace calor, pongo el aire acondicionado –a pesar de que el megavatio continua estando al precio de la gamba roja en navidad–, que no tengo aire, me compro un ventilador. Y así con todo. Nos han educado a poner tiritas allí donde la herida sangra.

Poco nos han enseñado sobre el verdadero origen de esta herida, sus causas y cómo evitar que aparezca de manera cada vez más habitual. Una cosa es evidente: ya no basta con reciclar el vidrio y el cartón. Si vieran el gesto de circunstancias que arrastro cada vez que voy a reciclar y me pregunto si los líderes mundiales harán lo propio con el consumo de todo aquello que nos está llevando por muy mal camino. Desde hace un tiempo leo algún que otro artículo escrito por voces autorizadas que especulan para cuándo España será un desierto, para cuándo África, como he ido escuchando jocosamente desde que soy pequeño, empezará en los Pirineos. ¿Y si en lugar de asumir la derrota nos rebelamos contra ello? ¿Y si despertamos de esta pesadilla y en lugar de poner parches buscamos soluciones? La vida de hoy está hermanada con la velocidad. Y algo me dice que si ralentizamos nuestro modo de vida tal vez también lo hagamos respecto a los efectos adversos del cambio climático. Es cierto que no tenemos la definitiva solución en nuestras manos pero sí las semillas para que estas crezcan y logren su cometido. Puede que un mundo sin prisas sea hoy una utopía pero permítanme que fantasee con ello. Ya he escrito algo similar en alguna anterior ocasión en este espacio. Así que adaptando la letra de un viejo bolero me atrevo a decir “que las prisas no son buenas, que hacen daño, que dan penas y se acaba por llorar”.

*Escritor

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