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Pere Cervantes

AL CONTRATAQUE

Pere Cervantes

Rifles sí, aborto no

No hace tanto tiempo la restricción de derechos era una habitual realidad más allá de Occidente. Cada vez que salía a la palestra las prohibiciones más básicas a las mujeres o la manera salvaje de imponer un castigo a un delincuente, quienes habitamos en algún rincón del llamado mundo civilizado nos llevábamos las manos a la cabeza y acudíamos apresurados al Twitter a mostrar nuestra indignación, a la vez que nuestro orgullo, por formar parte de ese otro lado de la barrera que dividía el mundo entre seres civilizados y animales. Sin embargo, gota a gota, casi de manera inapreciable, los últimos años nos han llegado noticias de la supresión de algunos derechos en la vieja Europa. Esa dama altiva que mira al resto del mundo con el desdén de quién se sabe bien educada y que levanta el mentón y aprieta los dientes cada vez que la memoria histórica le recuerda las crueles atrocidades ejecutadas por algunos de sus habitantes.

Y es que algunas de las aboliciones de derechos que creíamos ya consolidados han provenido de países como Hungría, con su sonrojante ley LGTB que tanta indignación ha provocado. Cabe decir que el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, acusó al resto de líderes europeos de «colonialistas» por querer «imponer» a otros países sus leyes. La nueva ley del gobierno presidido por Orbán hace un alegato a cómo educar a los niños en cuestiones de sexualidad prohibiéndoles toda práctica homosexual hasta que no cumplan los dieciocho años.

Recuerdo el bochorno que sentí al leer los principales preceptos de esa ley que siguen vigentes el mismo año en el que hemos enviado un robot llamado Perseverance al planeta Marte.

La semana pasada el Tribunal Supremo americano derogó la ley del aborto. Tuve que leer dos veces la fecha del rotativo que me informaba de ello, puesto que por un instante creí haber viajado en el tiempo y encontrarme en 1973, fecha en la que millones de mujeres obtuvieron en esa nación el derecho a decidir.

Para mi desconsuelo, ese mismo día en el que el gran tribunal repleto de carcas arribistas decidió aniquilar un derecho ya ganado, en Estados Unidos se abrió la veda para que la compra y posesión de armas de todo calado continuara siendo legal. Así que nos encontramos en un escenario nuevo. Ahora la restricción de derechos nace y se desarrolla en Occidente, en ese mundo mal llamado desarrollado y de la mano de una nación que se erige como la salvadora del planeta. «Rifles sí, aborto no», rezan las principales páginas de los rotativos en un día negro de junio del año 2022.

Me pregunto si la naturaleza del ser humano tiende a ser cíclica, si un ente superior nos mantiene enjaulados como roedores en una rueda de la que no salimos y no podemos avanzar. Eso o que en estos tiempos que corren la memoria histórica está hecha de gelatina, y de repente nos olvidamos de todas aquellas personas que perdieron su vida y sus mejores años luchando por unos derechos que deberían de ser inamovibles. Disculpen mi cabreo hoy disfrazado de pesimismo, pero a mi edad ya no me creo eso de que el ser humano esté avanzando hacia un mundo mejor.

Si el futuro consiste en la regresión a situaciones sociales injustas, que los jóvenes se desvivan por habitar en el por mí temido Metaverso y que mandemos robots a Marte bajo el nombre de un ambivalente sustantivo, Perseverancia, permítanme que ponga todas mis esperanzas en que alguien invente un artefacto con el que viajar en el tiempo y elegir un pasado menos convulso y sobre todo más humano.

Escritor

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