El Periódico Mediterráneo

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Paco Mariscal

AL CONTRATAQUE

Paco Mariscal

Donde el níscalo, donde el olivo (y II)

Anduvimos ese otro día, vecinos del Riu Sec, por donde el secano de Xodos y sus sabrosos níscalos o robellones otoñales y su pacífico cambio de alcalde en el municipal consistorio. Y nos vamos un pelín más hacia nordeste de las comarcas castellonenses, hacia el olivo. Bajamos de los mil y pico metros a la sombra del Penyagolosa hasta los 299 sobre el nivel del mar de La Jana en el Baix Maestrat. Nos persigue la belleza de un paisaje, árido y verde a un tiempo, de almendros, algarrobos y olivos; de barrancos, ramblas y torrenteras sin caudal que rebosan agua cuando florece el crisantemo u octubrera, y el Santo de Israel abre puntualmente las nubes; de bancales de piedra seca que frenaron durante siglos la erosión que origina la tormenta de agua rápida en poco tiempo; de bancales, digo, donde decenas de generaciones de hombres y mujeres se dejaron antaño los cojones de su alma laboriosa: evitaban la erosión y buscaban sustento.

Hoy, y desde la década de los 50 de la pasada centuria, estas tierras valencianas no se ven amenazadas por el caballo negro del hambre, ni por el caballo rojo de la guerra, ni por el caballo bayo de la muerte o el misterioso caballo blanco del Apocalipsis; es un mulo romo de lento trote quien las atenaza: la despoblación o abandono del campo. Fíjense, si no, vecinos, de nuevo en los números arábigos. En La Jana vivían en 1850 unos 1.350 vecinos, en 1900 eran 2.232 almas, el año 2000 no pasaban de los 812 habitantes, y el 2019, con una considerable población envejecida, apenas llegaban a los 675. Y el tema radica en que, al menos, se mantengan esos habitantes en un pueblo con historia desde el tiempo de los romanos. Porque hay mucha historia en esa encrucijada entre la Vía Augusta latina del arco mediterráneo y la Vía Hercúlea, también latina que conducía desde las playas de Vinaròs, y en diagonal, a la también latina Cesar Augusta o Zaragoza. Los hispanorromanos que plantaron nuestros olivos milenarios de aceituna farga por donde La Jana eran conscientes de la labor que realizaban y del legado del cual nos iban a hacer herederos, en ese paisaje ondulado del Baix Maestrat, en esas tierras de transición entre la alta montaña y los llanos costeros en este País Valenciano tan dual e histórico.

Un cambio pactado

No pasarán, sin embargo, a los anales de la historia los últimos cambios en el gobierno municipal de La Jana: Domingo Tolós, de la disuelta formación de Compromís, cedió la vara de munícipe principal a Ismael Vilanova del PSPV-PSOE; un cambio pactado desde el inicio de la legislatura entre los miembros de la coalición de gobierno. Con alguna dificultad quedará quizás en los legajos de La Jana esa disolución de la agrupación de Compromís en el pueblo, y la razones que han aducido para su disolución: la despoblación y la sordera de quienes pueden frenarla desde otras instancias superiores.

Medidas necesarias que están en manos del gobierno autonómico valenciano o del gobierno de nuestras anchas Españas. Medidas que frenen la despoblación, y que en el caso concreto de La Jana, pasan por la reconsideración de la densidad de población por quilómetro cuadrado en poblaciones con un término municipal reducido. Lo dijo claro y alto en valenciano recio Carles Peris, el secretario general de La Unió de Llauradors, aludiendo a La Jana y hace un par de meses: No és lògic que per ser un terme menut es quede fora de les ajudes com a consequència d’un indicador injust que discrimina en relació als pobles del voltant. Amb eixe greuge i discriminación continuarà perdent población i també empreses, la gent preferirà anar-se’n al pobles que sí tenen ajudes. D’eixa manera no solucionem el greu problema del despoblament. No le falta entereza ni claridad al labrador Peris de La Plana. Uno, vecinos, volverá a los troncos retorcidos de los olivos de La Jana.

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