En todos los festivales de verano hay una zona vip. La zona vip es un espacio más o menos exclusivo al que se accede de dos maneras, o pagando el doble que cualquier otro asistente o invitado por la organización, lo que acaba poblando ese recinto acotado de dos clases de público: quienes desean un trato especial al margen de la mayoría o quienes por su relación con los promotores consiguen colarse entre la ‘aristocracia’ festivalera y gozan de la extraña emoción que a algunos les provoca moverse entre camareros, bandejas de canapés, cerveza en condiciones, aseos limpios, concejales, familiares de concejales, amigos de concejales, periodistas bien escogidos y patrocinadores que ya han abonado por adelantado el precio por acodarse lejos de la masa.

Nunca he entendido demasiado bien el anhelo de quienes pretenden a toda costa el acceso a un recodo donde apenas se ven los conciertos, que generalmente se haya muy alejado de los lugares en que pasan las cosas, donde se socializa con personas que uno ya conoce, se pierde la emoción irrefrenable de los primeros minutos y apenas hay comunión con el resto de asistentes. Las veces que he acudido a una de esas áreas reservadas he tardado en marcharme lo que duraban dos cervezas, huérfano de interlocutores con quienes comentar el arranque guitarrero de Placebo o los potentes falsetes del cantante de Muse.

La comida, generalmente, es peor que en los 'food truck' de las instalaciones de uso público y no hay manera de ver una actuación de modo decente, aunque, tras años de patearme festivales en España, he llegado a la conclusión de que quienes gozan del ‘privilegio’ de estar separados del vulgo carecen de todo interés por Metallica o se la trae al pairo la pérdida de facultades vocales del cantante de Suede, tan delgado y bellísimo. La atracción irrefrenable de la zona vip subyace en el propio acrónimo inglés: 'very important person'. Si se pronuncia suavemente y alargando la i aún suena más privativo: 'v-iiiii-p'.

Algunos poderes fácticos entienden la sociedad como la zona vip de los festivales, desde la que uno ignora, pese a acudir al mismo evento, lo que está pasando más allá de los dominios del vigilante de seguridad. Los vips conviven con otros vips, pero no con el resto, y se empeñan en conquistar y consolidar la posición en un terreno que solo ellos disfrutan al margen de la inmensa mayoría y desde el que se percibe una realidad confusa y desdibujada, ‘el cogollito’ que describía Manuel Longares en alusión a la élite del barrio de Salamanca.

Un momento de la actuación de Jack White en el Mad Cool. EFE

Los centros del poder guardan un curioso paralelismo con esta área característica festivalera. Hay políticos, jueces, periodistas, metidos en su particular zona vip, desorientados al convencerse de que han acudido al mismo espectáculo que los demás. En esa zona vip, entre el cubata y el canapé, están las becas de Díaz Ayuso, la renovación del Poder Judicial, el falso paraíso fiscal donde Podemos escondía el dinero de Venezuela, el "yo le dije: Eduardo, esto es muy serio, yo voy con ello, pero esto es muy delicado y es demasiado burdo", el permanente recurso a ETA diez años después de su disolución, el "[hay que] reconocer el trabajo que ha hecho el Gobierno marroquí para tratar de frenar un asalto violento" a la valla de Melilla, la teoría de la masturbación de la extrema derecha y el sexo como elemento de procreación, las balas en el Congreso, el baile popular de dirigentes de izquierdas previo a su dimisión.

En la zona vip todo se trastoca, se tergiversa, se amolda al estado emocional y vital de quien la habita, siquiera temporalmente, y se construyen argumentos e ideas nacidos de una dimensión paralela que nada tiene que ver con el escenario real de las cosas, de modo que se acaba convencido de que la totalidad posee la misma percepción que uno mismo. Póngame de paso un mini de cerveza y una hamburguesa con queso, y apártense, voy a gobernar.

Para la generalidad resulta indiferente que un invitado salga del cubil exclusivo por el que ha pagado la entrada. En el festival de la vida, sin embargo, la zona vip debe estar cerca del público para saber exactamente qué ocurre y ver el escenario, escuchar la música y estar atento a la letra. La letra es lo importante, saber en todo momento lo que está cantando la mayoría. Si no se conoce la letra es imposible saber de qué va la canción. Pero para ello hay que detenerse un segundo en la balaustrada de la zona vip y mirar hacia abajo. Oír, observar. Y salir de vez en cuando.

@jorgefauro