El regreso de Sánchez el Batallador no se mide por su apostura en la OTAN o por su postura en el Congreso, donde se sacó otro conejo izquierdista de la chistera. El presidente del Gobierno adquiere la conciencia de su situación agónica cuando empiezan a rodar cabezas. La testa de Adriana Lastra es insignificante, lo cual dificulta una explicación de su exaltada posición en el PSOE. Su salida sirve con todo como síntoma, su desastrosa reacción al naufragio socialista en las andaluzas hubiera justificado un cese inmediato. Las elecciones se habrían convocado contra su partido, genial interpretación.

Lastra compareció aquel domingo desnortada, pero por fortuna sin rastro de una enfermedad que aparece casi milagrosamente a la hora de empaquetar su destitución. Los partidos deberían alcanzar un consenso para prohibir el enmascaramiento de la expulsiones violentas como fruto de procesos patológicos. Sobre todo cuando es notorio que los políticos sacrifican su salud y su familia, con tal de aferrarse a una cuota de poder. Tras una prolija enumeración de su malestar difuso, la desaparecida vicesecretaria general del PSOE se encarga de recordar que no suelta el escaño al Congreso, que sería igual de difícil de compatibilizar con su estado.

Tras desear una pronta recuperación a Lastra, al PP tampoco le salió mal en un primer repaso la destitución cruenta y fulminante de Pablo Casado, rematada por un reemplazo que no parecía inevitable por Núñez Feijóo. El efecto balsámico pasará, pero el declive puede solucionarse eliminando al líder gallego, después de un tiempo prudencial. Porque se trata aquí de defender la renovación violenta como un recurso infalible para mantener despiertos a los partidos. Siempre bajo la premisa de no colocar a un sustituto mucho peor que su predecesor, lo cual era difícil en los casos de Lastra y Casado. Las querellas bizantinas y las resistencias numantinas hunden a los gobiernos. Sánchez debería aprender de la cacareada Netflix, que cada año dispone de un diez por ciento de su plantilla. El porcentaje de bajas puede quedarse corto dada la precariedad del PSOE, pero los votantes son todavía más inmisericordes.