Un camino ígneo recorre nuestras montañas y hasta –en algunos casos- nuestras viviendas. Uno de los cuatro elementos primigenios, fuego, es esencial y originario en la concepción del cosmos. Su carácter purificador y catártico, pero, a la vez, destructivo, infunde miedo, cuando no terror, en el ser humano. La mitología nos habla de aquella época feliz en la que el ser humano carecía de recursos para su utilización. No obstante, un verdadero héroe, Prometeo, robó el fuego de la fragua de Hefestos y, burlando a Zeus, lo dio a los hombres y, desde entonces, cambió el mundo.
Ahora nuestra provincia acaba de sufrir uno de los más grandes incendios de su historia, ocasionando enormes pérdidas y sumiendo a las poblaciones afectadas en un desconcierto y tristeza, viendo cómo las llamas han destruido no solo los bosques –que ya es mucho-, sino el ganado y las propias viviendas de sus moradores. Ni los más viejos del lugar recuerdan algo semejante.
Autoridades y vecinos están lamentando las grandes pérdidas de repoblación forestal con porcentajes abrumadores (Bejís, por ejemplo, ha alcanzado la cifra catastrófica de 4.235,76 hectáreas quemadas), cuyo restablecimiento tardará años en producirse. ¿Y mientras tanto…? El Toro, Teresa, Altura, Viver, Torás son otros centros en los que esta catástrofe se ha cebado en sus efectos.
Es momento, pues, de reflexión y, como dice el refrán, «vale más prevenir que curar». Quizá sea de absoluta necesidad pensar en medidas nuevas, controlar mejor a los incendiarios, a los infractores, y educar en políticas firmes de prevención.
Profesor
