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Isabel Olmos

PUNTO Y APARTE

Isabel Olmos

Muertos relativos

¿Puede una sociedad ver a 34 personas perder la vida en sus calles durante sus fiestas y no hacer nada?

Que todo es relativo y diferentes observadores diferirán entre si sobre algo que ocurre en un tiempo espacio determinado lo sostuvo por primera vez Albert Einstein en 1905 y por ello se ganó un premio Nobel más que merecido. Gracias a este descubrimiento nacido desde la física más pura podemos entender cuestiones de nuestra vida moderna, en la que nos sobreexponemos a mil mensajes, teorías y discursos y en la que todo, también, es relativo. No dedicamos el mismo nivel de preocupación, de interés, de capacidad de escandalizarnos, por unos casos que por otros.

Así, por ejemplo, entendemos que no son lo mismo 50 muertos en un atentado en las afueras de Kabul que 50 muertos en Nueva York. En el primero lo integramos casi con normalidad porque entendemos que se produce en un entorno físico de extrema violencia con grupos armados enfrentados, no como en la ciudad a la que cantaba Frank Sinatra, donde la criminalidad se ha disparado y el pasado mes de febrero acabó con más de un asesinato al día.

Tampoco es lo mismo una guerra en Ucrania, donde nos volcamos y abrimos los brazos horrorizados por las imágenes de una invasión atroz, que una guerra en Siria, donde la devastación es máxima con la participación activa, también de los rusos. ¿Será por proximidad física? ¿Qué pase más cerca de nosotros? Ucrania está a 38 horas de viaje por carretera y Siria a 51. Podría ser. Pero entonces, ¿por qué importa más un occidental --cualquier occidental-- fallecido en trágicas circunstancias, pongamos en Australia, que 100 subsaharianos ahogados en una patera en nuestras mismas costas?. Más cerca imposible.

Pero hay más. Como todo es relativo, durante años, dentro de nuestra propia casa, tampoco nos ha parecido --políticamente, a los partidos, a las administraciones y a la sociedad-- que valiera lo mismo la vida de una mujer asesinada por terrorismo machista que la de una víctima de ETA. En sus 43 años de actividad, desde 1968 a 2011, la banda terrorista asesinó nada más y nada menos que a 850 personas de todas las edades. Una barbaridad. Casi 20 víctimas mortales al año. Una víctima al mes y, algunos meses, dos. En el caso de las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, en solo 19 años (la mitad de la existencia de ETA) han sido asesinadas un total de 1.150 mujeres, 26 de ellas en este 2022 al que le faltan cuatro meses por finalizar. Sin contar menores.

Todos estos interrogantes sobre la relatividad de los muertos me los planteaba yo esta semana para intentar entender por qué siete personas han fallecido en unos festejos taurinos en solo dos meses y nadie hace nada. Nadie. Debería ser motivo, en una sociedad avanzada de la Europa del siglo XXI, de un debate como mínimo. Solo con las cifras en la mano, dos personas víctimas mortales de la viruela del mono en España han llenado más titulares nacionales y agitado más nuestra preocupación que siete --siete-- muertas corneadas en unas fiestas en la puerta de casa como quien dice. Más próximo imposible.

Los defensores de las mismas alegan que los fallecidos acudieron allí libremente, sin ser obligados, que sabían los riesgos que corrían, como quien va a la playa y se ahoga en el mar. O quien conduce y tiene un accidente de tráfico. ¿Los muertos en los bous al carrer pasan por casualidad, por mala suerte, por despistes, por edad avanzada y ya está? Es una posibilidad. Pero van 34 muertos desde 2014. Ojo, 34.

Por ellos, el debate, obviamente es y debería ser otro. Unas fiestas que requieren recursos públicos de una administración autonómica --personal de emergencias-- y local, que proporciona fondos económicos en muchos casos pero también horas extras de su personal municipal, es un debate en el que participamos toda la ciudadanía, no solo quien acude a disfrutarla. Sin ahondar en este artículo si se deben prohibir o no, mi pregunta solo plantea hasta cuándo las administraciones públicas, en este caso la valenciana, va a poder sostener fiestas donde se producen muertos. El festival Medusa de Cullera se anuló ipso facto tras la muerte de un chaval en su primera jornada. Y todos lo vimos normal y adecuado. Lo que se tenía que hacer. ¿Puede una sociedad ver cómo 34 personas pierden la vida en sus calles durante unas fiestas y no hacer nada? El debate es urgente.

Periodista

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