Opinión | BABOR Y ESTRIBOR
La posverdad de la memoria
Estoy deseoso de leer la nueva novela de Andrés Trapiello, titulada Madrid 1945 y publicada por Debate, que mañana sale a la calle. Siempre he sostenido que la metamorfosis de opinión es el ejercicio más aconsejable en la evolución del raciocinio humano, cuando es producto de la sapiencia mediante investigación y estudio. Trapiello redunda en un tema que ya alumbró su libro La noche de los cuatro caminos (Aguilar, 2001), en el que reconstruye el último atentado de un grupo terrorista del Partido Comunista en la capital de España, en los primeros años de la posguerra y de mayor dureza de la dictadura franquista. Pistoleros comunistas, por orden de la jerarquía opulentamente asentada en el exilio, asaltaron un cuartel de Falange en la calle Ávila, en el barrio de Cuatro Caminos, asesinando a un ujier cojo y a un joven falangista, ambos indefensos. Un hecho que relato brevemente en mi novela La espía de Franco (Almuzara, 2018). Aunque, sin embargo, constituyó un suceso notable en el cambio de rumbo del régimen. Franco supo rentabilizar a sus mártires ante los vencedores occidentales de la II Guerra Mundial: Estados Unidos y Reino Unido. Aquel sangriento incidente ha permitido a Trapiello visualizar la cruda realidad que rodeaba a los denominados guerrilleros, dirigidos al matadero por una élite mantenida mediante ingentes cantidades de rublos soviéticos. Unos activistas armados, idealizados desde el maquis a la guerrilla urbana, a quienes los gerifaltes del PCE fueron abandonando sin el menor rubor. Los manipulados pobres diablos de aquel último atentado, tras ser detenidos y fusilados, apenas ocuparon cinco líneas en Mundo Obrero. Trapiello puntualiza: «Franco prolongó el Estado de Guerra hasta 1948, pero no hay que olvidar que el PCE sólo licenció a sus guerrilleros en 1947».
Los siete asaltantes de Cuatro Caminos
Resulta reconfortante que en estos tiempos de la Ley de Memoria Histórica, el texto inspirado desde el sentimiento cainita que siempre acompañará a Rodríguez Zapatero y su alumno aventajado Sánchez, surjan libros escritos desde el rigor y la honestidad. Trapiello es valiente al argumentar: «Las vidas de los asaltantes conmueven, pero no son un ejemplo de convivencia democrática, ni siquiera de libertad. Militaban en un partido estalinista». El escritor desvela la desagradable sorpresa que para él supuso que Carmena presentara el proyecto de un monumento en el cementerio de la Almudena con 3.000 nombres propios de víctimas que fueron luchadores por las libertades y contra el franquismo, como reza el texto ampliado por Pedro Sánchez. Entre esos heroicos nombres estaban los siete asaltantes de Cuatro Caminos y algunas otras víctimas que también fueron victimarios.
Coincido plenamente con Trapiello en que «es necesario exhumar los restos enterrados en fosas comunes y cunetas. De todos». Anulado el espíritu de la Transición, resulta capcioso el revisionismo que en ocasiones se vuelve tan paleto como sectario, en lo que ya se ha convertido en una guerra del callejero en pueblos y ciudades, con la sustitución de determinadas placas que llevan a la perplejidad cuando no a la indignación. En Castellón tenemos ejemplo gráfico de semejante despropósito, orquestado por practicantes del mismo revanchismo, cuanto menos, del que acusan a quienes descabalgan de calles y plazas. Trapiello da en el clavo cuando al referirse a los dos muertos falangistas señala: «Pero si el dilema es este: si los de Cuatro Caminos lucharon por la libertad y la democracia, el asesinato de Mora y Lara no fue tal, sino un acto de justicia». Y añade el lúcido colega: «¿Hasta dónde lleva esa argumentación?». A la posverdad, añado yo.
Periodista y escritor
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