El texto que acompañaba la guitarra de Joan Manuel Serrat estaba cargado de saludable ironía: «Niño, deja ya de joder con la pelota. / Niño, que eso no se dice, / que eso no se toca». El niño debía decir caca, aire y trasero, porque mierda, culo y pedo eran vocablos malsonantes, de mal gusto, que rozaban el tabú para Esos locos bajitos, para aquella infancia que necesitaba finos modales. El tabú, vecinos del Riu Sec, es la prohibición de decir algo impuesta por prejuicios de carácter social, político o sicológico. La palabra llegó desde la Polinesia y significaba «prohibición». El tabú desagradable tenía que ser sustituido por otra expresión más suave y edulcorada, a la que los entendidos le dieron el nombre de eufemismo. Así el culo y el pedo pasaron a la categoría de trasero y aire o ventosidad. Cabe indicar que, en multitud de ocasiones, la utilización de eufemismos --por parte de un vecindario, ajeno a interpretaciones sociológicas o gramaticales-- se basaba en el distanciamiento y el humor. En el Raval de Castelló, quien era más feo que un día sin pan era poc agraciat; y quien acababa de fallecer se había ido a passar el Riu d’esqueneta, nuestro Riu Sec por supuesto, que debía atravesar el féretro a la entrada misma del antiguo cementerio de Sant Josep.
Aunque cabe indicar también que es en el ámbito de la política y la vida pública donde arraigaron eufemismos y tabúes hasta hoy mismo. Sin ir más lejos, el neo imperialismo que inició la guerra y la destrucción de Ucrania denomina a la contienda «operación especial técnico-militar». Nunca hubo una agresión bélica con tal grado de cinismo verbal: manipulación para distorsionar la realidad agresiva y cruenta. Eso hoy, vecinos. Hace algo más de medio siglo, el eufemismo aparecía con trazos de ridícula comedia. Allá por la primavera-verano de 1971 aparecieron en la península Ibérica brotes de cólera, que no llegaron a la pandemia, pero sí a la obligación de vacunarnos si queríamos viajar o trabajar al norte de los Pirineos. En la calle se hablaba de cólera; en los medios de comunicación o los portavoces del gobierno tardofranquismo de entonces hablaban de «fiebres estivales». Se formaron colas de vecinos para vacunarse en los puntos señalados por las autoridades. En una de ellas por donde la avenida del Mar se comentaba con desparpajo lo de las fiebres estivales, y un paisano se refirió con gracejo y en voz alta a la necesidad de la vacuna contra lo que en el mes de diciembre los mandamases hubieran denominado «diarreas invernales». Real y divertido.
'Chanchullos en el aire'
Pero la distorsión de la realidad mediante la manipulación del lenguaje ni empezó en la avenida del Mar ni terminó con Putin. Algo también real y en absoluto divertido. Hace un par de días, la oenegé Greenpeace dio a conocer un informe titulado Chanchullos en el aire sobre las ayudas a compañías aéreas camufladas como «acciones de promoción turística», expresión utilizada por las aerolíneas para recibir dinero público de corporaciones locales o autonómicas. Se trata, según el informe de subvenciones encubiertas a vuelos no rentables. De ese informe se ha dado cuenta en estas mismas páginas de Mediterráneo, y también ha dado cuenta la prensa de Asturias, Galicia, Ceuta, el País Vasco, Lleida, Jerez, Castilla y León y el más monárquico de los periódicos madrileños. Este último poniendo de relieve en sus titulares los 10,4 millones del aeropuerto de la Vilanova y el papel de gobierno autonómico valenciano en el tema. Aunque lo mismo que en la Vilanova, las «promociones turísticas» se repiten en varios lugares de las anchas Españas, gobernadas por distintos partidos políticos. El de la Vilanova, sin embargo, se convirtió en el «ejemplo flagrante» del derroche, según el informe. Algo, transparente y sin eufemismos ni tabúes, deberían explicar a los castellonenses y valencianos el PSOE y el Partido Popular de por aquí.
