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Pepe Beltrán

Las cuarenta

Pepe Beltrán

Herencia Real vs ruina real

Después de once días de fastos, desfiles engolados, niños fuera de las escuelas, fanfarrias, cortes de tráfico y demás parafernalia al uso, todo vuelve a la normalidad, si como tal se considera mantener con la sopa boba a toda la familia Windsor, los Sajonia-Coburgo Gotha de toda la vida de antes de que se rebautizaran para no parecer la avanzadilla de la invasión germánica aunque luego diera cobijo a un par de nazis que ni siquiera lo disimulaban. 

El debate nunca fue elegir, aquí o acullá, entre una monarquía hipnótica que nos mantiene secuestrados y una república tan sosa y poco dada al espectáculo banal que parece hurtarnos el orgullo. El problema es extirpar los elementos nocivos, por falsos, de esta sociedad, y si existe un reclamo turístico con la tradición o el sentimiento, que para nada es malo pero no responde a axioma inquebrantable alguno, privatizarlo y no subvencionar un negocio que se sostiene en la consanguinidad mientras al resto de los mortales, no solo no les televisan su entierro, si no que carecen de dinero para morirse y malviven con las consecuencias de una crisis económica cuyo fin ni se adivina ni se cura con pompa y boato.

Entre las prebendas del nuevo rey británico figura que le presenten el cepillo de dientes con los milígramos exactos de dentrífico, vestir córdones planchados a diario y el uso de papel de terciopelo para limpiar su culo, no por más Real menos anal. Y ya sin producir tanta risa --incluso da ganas de llorar--, la exención del impuesto de sucesiones. De ser cierto que la fortuna heredada supera los 500 millones de euros, si Carlos III tuviera que tributar en la Comunitat Valenciana recibiría los 100.000 primeros euros libres de cargas y tendría que abonar hasta un 34% para reclamar el resto del legado. Lógico que aquí nadie quiera heredar y se hayan multiplicado las renuncias.

Sirva tan sesudo como antimonárquico exordio para desear que nuestro particular príncipe albinegro, verbigracia Bob Voulgaris, se sobreponga a la tentación de abdicar a medida que va comprobando que la ruina real en el CD Castellón no es para nada comparable con la herencia Real del orellut de Buckingham. Frente a los millones que recibirá por castigo el mimado inglés, aquí ya ha tenido que desembolsar una cantidad ingente de dinero para evitar la quiebra técnica en la que nos dejó nuestra reina madre. La nómina de criados, lacayos, secretarios, mayordomos y demás empleados a cuenta del riguroso protocolo, se contrapone a la orilla del Riu Sec con la confección desde la nada de una plantilla con la que empezar a competir y --no hay que olvidarlo-- con la obligación no escrita ni lógica de luchar por el ascenso desde el primer día. Y frente a los numerosos inmuebles y castillos --valorados en 20.800 millones, euro arriba euro abajo-- donde descansar su nada graciosa majestad, aquí aún se adolece de un convenio de cesión del estadio porque el ayuntamiento nunca se fío de la sangre azul y no olvidemos los motivos por los que faltan campos de entrenamiento propios.

Ahora que ya hemos enterrado a la reina, digo del anterior consejo de administración tan idolatrado por buena parte de la plebe, bueno será dejar de llorar por nada y ayudar a su heredero en el intento de devolver al CD Castellón el prestigio y la gloria que la historia le guarda y, sobre todo, a recaudo de tantos aprovechados y turiferarios como ha sufrido estos años, así como a hacer justicia y castigar a los expoliadores del tesoro Real. Voulgaris ya es consciente de mucho solo por la acumulación de impagos inesperados y no pocos detalles escabrosos del día a día, pero sería higiénico que hiciera pública la auditoría que pondrá fin a tan oscuro reinado. 

Mientras, no estará de más que evite que la cesión de Castalia, la mercadotecnia, no pocas y caprichosas nóminas y la gestión del dinero del fútbol base sigan controladas por la Fundación, al menos no por la que conocemos hoy, en la que el nuevo rey parece molestar.

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