La trigésima novena edición de Cersaie ya es historia. El recinto de Bologna Fiere ha cerrado sus puertas este pasado viernes y lo ha hecho con un balance mejor del que nadie hubiera esperado, a tenor del clima de incertidumbre que ha venido acompañando en los últimos meses al azulejo debido a la enorme crisis energética que viene sufriendo. El éxito de asistencia, que ha alcanzado ya los registros prepandémicos, es un buen síntoma, pero habrá que esperar aún unos días, unas pocas semanas, para conocer el resultado final en cuanto al volumen de negocio. A la espera de este balance, las sensaciones son muy buenas según el clima que se ha venido respirando a pie de estand desde el primer día.
Cersaie es una feria singular, por cuanto en los pasillos enmoquetados puedes encontrar desde los últimos avances en el diseño cerámico una auténtica torre de babel donde no faltan los esquivos trileros que, con astucia, limpian los bolsillos de aquellos que suelen ir de listos. En este tablero internacional tan complicado es donde la industria cerámica española, cada año, se hace fuerte pese a salir a jugar en desventaja nada más iniciarse el partido. Es lo que pasa con las asimetrías regulatorias en materia de derechos de emisión, fiscalidad o costes de producción.
Ahora toca mirar a Cevisama y esperar a que soplen nuevos aires en Feria Valencia tras una travesía en el desierto que la ha apartado del calendario internacional durante dos largos años. Ya veremos entonces cómo llega la primavera.
