Opinión | VIVIR ES SER OTRO

Cualquier tiempo pasado

La gente me prevenía sobre los grupos de WhatsApp del colegio. Sin embargo, en el de la clase de mi hijo, durante los tres años de infantil, no ha habido ni el más mínimo roce, apenas polémicas y mucha unión, solidaridad y positivismo. De hecho, estoy encantado, estamos encantados, hasta el punto de que hemos tomado la decisión de no eliminarlo ahora que nuestros chicos y chicas han entrado en la siguiente etapa de la enseñanza, primaria.

Otro gran temor de padre es acerca de la calidad del sistema educativo. Parece que hay una especie de consenso al respecto de que la EGB superaba claramente a los programas actuales. De momento, y tiempo tendré para arrepentirme, la experiencia en el nivel más básico de enseñanza, infantil, de tres a cinco años, supera todos mis miedos y expectativas, les da la vuelta y me ha convertido en un entusiasta defensor de la metodología actual. Estos tres años, pandemia mediante, han resultado muy satisfactorios. El pequeño ha salido de allí sabiendo leer y escribir, sus iniciales problemas de socialización quedaron desterrados muy pronto y la relación con la maestra y cuidadoras del colegio ha resultado excelente.

Sí, ya sé, ya sé, me dirán que ahora empieza lo malo, que en primaria, es cuando el modelo comienza a hacer aguas hasta inundarse en secundaria. Bueno, si es así en su momento rectificaré.

Se idolatra mucho la vieja EGB. Nos aferramos a aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. En el fútbol también ocurre, parece que en los ochenta era magnífico: noble, cercano y justo, y ahora es una mera acumulación de dinero sin más. No nos acordamos de la violencia en las gradas, de los insultos soeces a árbitros y rivales, de las pésimas instalaciones, de la falta de profesionalidad (esas tripitas a los treinta años de algunos…), de que solo podías seguir a tu equipo por el transistor.

Entonces éramos jóvenes

La cuestión es que en aquella época éramos ¡¡¡jóvenes!!! Pues claro que idolatramos la EGB y aquel fútbol «no moderno». Cuando se tienen quince, veinte años, todo es más bonito y está más claro. Ahora, que contamos con cuarenta, cincuenta primaveras (ya con sus inviernos), empieza la decrepitud, nos agachamos y crujimos como una puerta de goznes oxidados, la memoria falla más que… (no recuerdo qué analogía iba a poner; no, la de la escopeta no, por favor) y miramos el partido de fútbol sin sabernos el nombre de hasta el tercer portero del equipo rival, el del segundo entrenador y hasta el del utillero.

A ver si va a resultar que lo bonito y lo bueno de aquella época éramos nosotros y no tanto el mundo.

Los niños dan ahora clases en castellano, en valenciano y en inglés. Se está pendiente del bullying, algo que ha ocurrido siempre y que antes ni tenía nombre ni se hacía casi nada. Los métodos de enseñanza están estudiados y no se tira, como hace cuarenta, cincuenta años atrás, de las costumbres, del modo de enseñanza sempiterno. Los chavales disponen de medios audiovisuales que les permiten ver y escuchar aquello de lo que habla el maestro. De todo eso se carecía hace dos generaciones.

¿Son mejores las chapas y los sobres sorpresa que el Minecraft o los Pokemon? A lo mejor resulta que a los padres nos gusta más lo antiguo, pero está por ver qué les provoca más beneficios intelectuales, estímulos más completos y aprovechables a los chavales.

¡Ah! En cuanto a música, ahí sí, lo siento pero los críos de ahora tienen todas las de perder. Comparar el regatón de las narices con la música de los ochenta es como equiparar un vino de cartón con un whisky escocés de cincuenta años. Nada que ver.

Editor de La Pajarita Roja

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