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José María Arquimbau

AL CONTRATAQUE

José María Arquimbau

Mirar hacia adelante

Hace diecisiete años con mi amigo Miguel Meseguer y nuestras respectivas mujeres, llevamos a cabo un viaje a Rusia, visitando Moscú y San Petersburgo. Tuvimos de guía a una rusa universitaria, con varias carreras y hablando distintos idiomas. A la llegada a la plaza roja mi sorpresa fue notable al ver una estatua de Stalin, preguntándole la razón por la que estaba allí, a lo que me contestó: «Hitler mató veinte millones de rusos y Stalin veintidós, pero la historia de este país no estuvo desaparecida cuarenta años».

Me ha venido a la memoria al ver cómo en nuestro país acaba de aprobarse la Ley de memoria histórica o democrática, que prácticamente pretende terminar con los años que la gobernó Franco, lo que es fácil que suponga en los libros de las nuevas generaciones que aquí no hubo nada en esas décadas. Algunos historiadores o catedráticos podrían reseñar esa etapa como dice Baudelaire en el sentido de que «los hechos son como son y los comentarios libres». O lo que es lo mismo sin aplausos ni silbidos.

Doy por sentado el derecho sobre todo moral que tienen todas las familias que desconocen dónde fueron enterrados sus familiares, a una sepultura adecuada y si se quiere hasta una cristiana sepultura, pero entre eso y pretender borrar una parte de nuestra historia o contarla al revés de cómo sucedió o con diferencias importantes, hay un abismo, como reconocen importantes intelectuales y políticos.

En su libro Miserias de la guerra, Pío Baroja ya pone en boca de uno de sus personajes, cómo «la República decretó la abolición de la pena de muerte y luego no hubo en España época en la que se haya matado a más gentes». El catedrático de Historia Contemporánea Enrique Moradiellos señala cuál fue la verdad sobre el final de la Segunda República: «la realidad es que en 1936 no había una democracia inmaculada que fue asaltada por unos militares, unos frailes trabucoides y unos financieros codiciosos que con ayuda del fascismo internacional acabaron con ella. Aquello fue una guerra civil, que por definición significa que la mayor parte de los muertos no lo fueron por operaciones militares, sino por la eliminación del contrario entre familiares, vecinos, amigos y compatriotas». Otro catedrático también de Historia contemporánea, Juan Francisco Fuentes ha defendido el legado de la Transición y su espíritu de consenso y concordia, indicando que la idea de imponer una concepción unitaria de la memoria tiene difícil encaje en una democracia pluralista.

El político socialista Joaquín Leguina en un artículo titulado: ¿Memoria democrática?, decía que unir «memoria» a «democracia» como pretende la nueva ley es simplemente una idiotez. «La ley no pretende recuperar memoria alguna. Lo que pretende es el olvido de los muchos miles de asesinatos cometidos en la retaguardia republicana. Aunque yo creo que el objetivo último de esta barbaridad es tener abierto el enfrentamiento entre españoles y de paso, acabar con la Transición».

La mejor ley de memoria y de historia

La Constitución de 1978 fue sin duda la mejor ley de memoria y de historia, que nos ha permitido otra época de paz y prosperidad. El pasado 9 de octubre, cuando recibía en la Generalidad una distinción junto con otros periodistas por haber vivido aquellos años de la transición en la que tantos buenos y excelentes políticos de los más variados partidos fueron protagonistas, buscando la concordia, nunca desde el rencor, pensaba que fue quizá posible porque tenían presentes las palabras del catedrático de Psiquiatría Enrique Rojas, cuando señalaba que «la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. La capacidad para olvidar lo malo, lo dañino, lo que hizo sufrir de alguna manera, es fundamental. Uno necesita reconciliarse con la parte mala de su pasado. Y esto es una tarea importante, porque si no uno se puede convertir en una persona agria, amargada, resentida, dolida y un poco echada a perder, lo que los clásicos llamaban una persona neurótica que vive con conflictos no resueltos. Aprender qué cosas debemos olvidar es sabiduría. Si la vida es una operación que se realiza hacia delante, la experiencia de la vida se realiza hacia atrás. Ser feliz consiste en limitarse».

Ojalá la aplicación de la ley se haga sin rencor, respetando el espíritu de la Transición y teniendo claro que a los españoles les preocupa más la cesta de la compra que ir mirando continuamente hacia atrás.

Periodista

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