Sin estoque, sin banderillas, picas o lanzas como aparecen en los grabados de Goya. Sin herir al animal, estudian, pausados, los movimientos del toro y esperan la embestida. Las ardillas envidian luego en fragmentos de segundo la agilidad de los recortadores cuando esquivan los cuernos. El viejo labrador de la Plana susurra «eixos xicots són de goma». Sentado en la grada del coso a la derecha de quien suscribe, sigue atento las acrobacias en el ruedo. El recién vecino del Riu Sec, llegado hace como cinco años desde la Moldavia rumana, sentado a la izquierda en la grada, asiste por primera vez a un espectáculo en la plaza de toros castellonense. Va por los veinte y pocos años, y filma con el aparatito ese telefónico, mientras repite «genial y fantástico» con un fuerte acento del Este, por ese Este que el estruendo de los misiles del sátrapa Putin alcanza.
Aunque en el recinto taurino junto a nuestro parque de Ribalta --ese parque agredido por cruces que no son cristianas y armatostes que llaman pérgola-- en nuestra plaza de toros, amigos y allegados del Riu Sec, no apareció la tristeza, sino la alegría festiva y el entusiasmo de unos miles de aficionados. El pasado domingo, nuestra plaza de toros estaba al completo: pocos niños de años escasos que acompañaban a sus abuelos; algunos padres treintañeros, en ocasiones con su descendencia en brazos, y una masa ingente de sangre joven entre los 18 y los 40. El domingo pasado, vecinos, tuvo lugar en nuestra ciudad el final del Campeonato de España de recortadores taurinos, aquí llamados retalladors. Hubo mucho público autóctono y hubo mucho espectador procedente de casi todos los puntos cardinales de la Rosa de los Vientos y de los páramos hispanos: desde Valladolid a Soria, desde La Rioja a Madrid, desde Guadalajara a Cáceres, desde Museros a Zaragoza, y desde Puçol a la Vall d’Uixó o el Puig. Lugares de nacimiento de algunos de los recortadores que nos visitaron el pasado domingo. Un público entregado que seguía interesado y en silencio los quiebros, quites, saltos acrobáticos de un juego con el toro, sin picas, sin lanzas, sin muletas y sin banderillas.
El recorte es otra cosa
Porque el recorte es un juego arriesgado, pero juego desde que tenemos noticia lúdica del toro. Y eso fue en los vasos cerámicos de la isla de Creta, en la antigua Grecia, donde pintaron al retallador dando los mismos saltos al toro que vimos el domingo en Castelló. Sin herir al animal, el recorte en nada se parece al rejoneo a caballo, o a las corridas con matadores como denominan a los toreros nuestros vecinos galos. El recorte es adiestramiento, ejercicio, cabeza, agilidad y fuerza corporal de juventud. El arte de Cúchares, el de las corridas formalizadas y ordenadas con diestros famosos y sus cuadrillas, es algo muy diferente. Picasso solía acudir a las corridas en el sur de Francia, y la reina emérita Sofía de Grecia siempre las ignoró. Taurinos y antitaurinos los hubo siempre en la patria de Manolete y Frascuelo. Argumentos en pro y en contra de la corridas son viejos, y suelen exponerse más con las vísceras que con la cabeza. El recorte sin picas, banderillas o estoques es otra cosa.
Lo explicaron hace poco Ximo Martí y Aitor Moya: el primero, un adelantado de L’agrupació de penyes taurines de les Terres de l’Ebre; el segundo un ya adulto exrecortador que lee al cazador respetuoso con los animales Miguel Delibes. El recorte es una tradición que carece de figuras estelares famosas con picadores, cuadrillas y mozo de estoque. Los recortadores actúan en equipo y de forma solidaria ante el peligro. Lo vimos el domingo en Castelló. Los veinte participantes saltaron a la arena, como un rayo, en un quite solidario ante el peligro que corría uno de sus compañeros. Sin estoques ni heridas, alguna lección deberíamos aprender de estos recortadores, que nos fuese útil en este mundo agitado en que vivimos.
