El Periódico Mediterráneo

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Pepe Beltrán

Las cuarenta

Pepe Beltrán

Amnesia en el CD Castellón

Cuando un marcador favorable corona la fiesta del fútbol, como es el caso del pasado sábado en Castalia, nos emborrachamos de júbilo y tendemos a aparcar las penas personales y las que lastran a nuestro equipo. Más que un bálsamo deviene un placebo, siquiera durante 90 minutos a la semana. Sin duda se trata un mal endémico de este ¿deporte? y, dada la trascendencia en que deriva, en su análisis se aplican sociólogos, psicólogos y toda suerte de académicos, cuyas sesudas tesis compiten con las de estrategas, técnicos y vividores del balón, que han hecho de sus exposiciones una rentable forma de vida. 

Desde la barra del bar de mi subjetividad, ya dejé escrito que, para millones de aficionados --y el Mundial es buena prueba de ello--, el fútbol no deja de suponer una solución a nuestros miedos vitales, un retorno a la edad infantil, a la felicidad sin ambages, a un estado onírico que permite confundir realidad y ficción, en el que nos abstraemos y reencontramos a nosotros mismos; una apuesta atemporal con la cual eludir los fracasos de nuestra vida en un vaivén sin fin hasta el destino inexorable de la muerte. Más allá del resultado del partido se escribe la historia de nuestros sueños e ilusiones, nuestra lucha contra la estigmatización social que nos ha tocado. Pero esa amnesia colectiva al socaire de un gol arriba o abajo, nunca podrá solucionar esos problemas cuya cruda faz pretende eludir, verbigracia en Qatar, y en el Club Deportivo no iba a ser excepción.

Barrunto que la victoria contra el Murcia, o la extraña omisión de la noticia por execrable que sea, que lo es, tampoco equilibra la gravedad de la vuelta a los enfrentamientos entre los sectores más radicales de nuestra afición, otra vez reforzados con cafres venidos de Murcia ex profeso, repitiendo el bucle del triste día del último ascenso. Ni políticos ni fuerzas del orden estuvieron a la altura entonces pese a la detallada información recibida. Precisamente si se hubiera tenido memoria se hubiera evitado esta metástasis que desembocaba el sábado en sucias peleas callejeras, pero las repetidas denuncias de esta sección acabaron en saco roto y hasta con el ignominioso premio de invitaciones cerca del palco a algunos de los principales instigadores de esa lucha cainita. Ese es otro de los legados que nos dejaron Vicente Montesinos y sus asalariados.

Ítem más: el meritorio triunfo sabatino jamás debiera haber eclipsado el reconocimiento a los últimos mundialistas de la provincia, Enrique Saura (142 partidos con la camiseta albinegra) y Robert Fernández (63), así como de otros ilustres albinegros, caso de Jorge Cayuela (181), Salvador Ribes (129) y Javi Sanchis (148). Se trata de jugadores importantísimos dentro del centenario que estamos celebrando, cuyo rendimiento ha sido incuestionable, hasta el extremo de liderar ascensos a Primera, finales de Copa e importantes ingresos para el club en forma de traspasos. La insignia de plata es más que merecida y, prescindir de su recuerdo, se antoja imperdonable.

Y colijo que los éxitos deportivos y la bonanza económica actuales no pueden suponer una anestesia para otras obligaciones mercantiles y morales. Digo que a fecha de hoy todavía no se ha convocado la junta general de accionistas, con el mes de antelación correspondiente para que se celebre dentro del año en curso, y donde se tiene que informar del presupuesto y ejercer la tan manida transparencia de atender las preguntas de los propietarios minoritarios, que bien podrían inquerir sobre quién manda en la Fundación, querer saber el sueldo de los altos directivos, esperar la respuesta del nuevo propietario a los conflictos judiciales por administración desleal y expolio o, simplemente, conocer cuál es la dimensión del agujero de la gestión de Montesinos y el compromiso que arrostra la compraventa. Porque hay cosas que no pueden quedar en el olvido.

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