PUNTO DE VISTA

Día de la Constitución

Pablo Sebastiá

Pablo Sebastiá

El pasado martes celebramos el día de la Constitución Española. En concreto, la de 1978. Antes hubo otras con menos éxito. La Constitución de 1978 nos ha otorgado, a todos, a buenos y a malos, a listos y a torpes, a guapos y a feos, a gordos y a flacos, a ricos y a pobres, a carnívoros y a vegetarianos, a blancos y a negros, a deportistas y a sedentarios, etcétera, el más longevo tiempo de paz y progreso que este país ha visto desde que, allá por el siglo XIX, apareciera aquello de las naciones y los nacionalismos.

Tal vez por eso, y por el peculiar carácter cainita patrio, hoy hay tanta gente con ganas de cepillársela. De anularla. De borrarla. De cargársela. De cambiarla por quién sabe qué. De volver a tiempos pretéritos en los que la citada carta magna no regía nuestros destinos.

Anteriores a la nuestra

No son pocos los tontos útiles que afirman que, puesto que no la votaron, dado que eran aún muy jóvenes a finales de los 80, no deben estar sometidos a ella. Cabe hoy recordarles que la alemana data de 1949. La francesa de 1958. La italiana de 1948. Y la portuguesa de 1976. Todas las constituciones de los países de nuestro entorno, de este rinconcito democrático llamado Europa, son anteriores a la nuestra.

Además, lo curioso de abrir sin ton ni son el melón de su reforma es que nadie sabe cómo puede acabar la cosa. Imaginen que, por ejemplo, nos ponemos a trastear con la unidad del estado, queriendo favorecer ciertas independencias territoriales, y acabamos cargándonos por completo el sistema autonómico y regresando a un modelo centralista. Una reforma constitucional es algo muy serio como para andar jugando a los dados con ella.

Escritor

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